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El poder de las ideas o de las ideas en el poder

Por Sergio Micco*

El Centro de Estudios para el Desarrollo nació en 1981 como un tercer espacio, entre los partidos políticos y el Estado. La visión de su fundador, don Gabriel Valdés, fue contribuir a la deliberación y proposición de ideas para una nueva etapa del desarrollo nacional. El Ced fue el punto de encuentro entre civiles y militares, empresarios y trabajadores, políticos de derecha, centro e izquierda, en fin. Hoy día lo que buscamos es una nueva estrategia de desarrollo chileno y latinoamericano, habida consideración de los enormes cambios vividos. Para eso buscamos y hacemos circular las ideas.

¿Cuál es la importancia de las ideas en la historia de la humanidad? ¿El gran retumbar de la historia está dado por el avance, retroceso, triunfo y derrota de ellas o, por el contrario, no es más que un epifenómeno superestructural del verdadero motor de la aventura humana: intereses materiales que se imponen violentamente? ¿No nos demuestra una y otra vez la historia, maestra de la vida, que el poder de las ideas no ha dudado en pactar con el poder político y el económico para gobernar el mundo?

¿Divagaciones? Para nada. Quien escribe estas líneas no tiene los pergaminos para la alta especulación. Mas sí tiene ya una cierta experiencia acumulada de participación en foros, debates y lecturas compartidas donde, una y otra vez, aparece la pregunta por el futuro de Chile y América Latina. Debatimos como si todo dependiera de nosotros y olvidamos que somos una pequeña porción del mundo, cada vez más insignificante por cierto.

Como Atahualpa y Huáscar, nos empecinamos en nuestras propias batallas hasta el punto de pasar por alto que un barbudo llamado Pizarro llegó al norte de nuestras tierras portando no sólo ingenios técnicos superiores como el caballo, el acero, la carabela, la pólvora, el cañón, o el arcabuz, sino que además mortíferos gérmenes, virus y bacterias. Su efecto acumulado hizo de nuestra carne, masa inerte para feroces depredadores. Sumado eso a las divisiones políticas internas y al hundimiento de las creencias religiosas e ideológicas de los pueblos originarios, provocó que poderosos imperios que gobernaban a más de sesenta millones de personas se redujeran a nada en cosa de décadas, al paso de cien mil españoles que portaban una cruz y una espada.

Por eso debemos levantar la cabeza más allá de la cordillera y preguntarnos: ¿Dónde se están generando hoy las ideas que cambiarán completamente nuestra forma de comprender y gobernar el mundo? ¿Participamos de esos foros? ¿Cuáles podrían ser estas ideas? ¿Qué podemos hacer como comunidad nacional?

Las ideas y el poder

Las comunidades y las personas requieren de poder, es decir, de la capacidad para influir, condicionar y determinar el comportamiento de otras comunidades y personas. Martin Buber, el filósofo judío, ha dicho que lo que el gran hombre anhela es “la realización de lo que lleva en el pecho, la encarnación del espíritu. Claro que para esta realización tiene menester de su poder, porque el poder (…) no significa otra cosa sino la capacidad de realizar lo que pretende realizar; pero tampoco anhela esta capacidad, que no es sino un medio obvio, ineludible, sino que anhela, cada vez, aquello que pretende y es capaz de realizar”.

¿Qué tipos de poder deben generar las comunidades para realizar sus proyectos? Norberto Bobbio, distingue tres formas de poder, según los distintos medios que utilizan para influir: político, económico y económico. Para Bobbio, “el medio del que se sirve el poder político, si bien en última instancia, a diferencia del económico y del ideológico, es la fuerza”. Otros dos medios tienen las personas y comunidades para ser poderosas. “El poder económico se vale de la posesión de bienes necesarios, o asumidos como tales, en una situación de escasez para inducir a los que no lo poseen a adoptar un cierto comportamiento, por ejemplo, la realización de un trabajo útil para la colectividad (…) (…) El poder ideológico se basa en la posesión de ciertas formas de saber inaccesibles para la mayoría, de doctrinas, conocimientos, incluso sólo información, o de códigos de conducta, para ejercer una influencia en la conducta ajena e inducir el comportamiento del grupo para actuar de una forma en lugar de otra”.

¿De dónde viene el poder de las ideas? Del hecho que la práctica depende de la teoría. Que hasta la más rudimentaria acción supone, consciente o inconscientemente, una cierta visión de mundo, intencionalidad, significado, sentido, racionalidad instrumental, etc. En efecto, y siguiendo a Giovanni Sartori, “lo que hacen los hombres está siempre influido de distinta manera y, en variada medida por lo que piensan. No es que la realidad ‘entre en la cabeza de los hombres’; es que el mundo del hombre está hecho por lo que los hombres ‘tienen en la cabeza'”. Todo poder, incluso el militar y el económico, a la corta o a la larga, requiere de justificación racional y razonable. Requiere de ideas generales sobre sus propósitos, llámense principios, valores, ideales, visiones del mundo. Necesita además de los conocimientos científicos y técnicos necesarios para ajustar los medios a los fines establecidos y calibrar costos con beneficios.
Poder militar y poder ideológico: una historia que parte con Alejandro Magno y llega hasta Eisenhower.

Tendemos a creer que las ideas se imponen por su propio peso, es decir, por su lógica interna, su belleza externa y por su capacidad de describir, explicar y predecir lo que ocurre en la realidad. Pero, la historia nos demuestra que las más altas especulaciones de la Academia platónica, el liceo aristotélico, la ilustración liberal, el capitalismo de Smith y el comunismo de Marx requirieron del poder militar de Alejandro Magno, Napoleón, Stalin y Eisenhower.

Sabido es que Aristóteles fue su profesor de política, ética, medicina e incluso de saberes ocultos. Refiere Plutarco que Alejandro tenía por él no menos amor que por su propio padre (que por cierto no era mucho). El uno le había dado el vivir en la tierra y el otro le había donado el buen vivir propio del cielo. Por ello el Estagirita fue acusado de servil por sus colegas. Así, el filósofo Diógenes dijo: “Aristóteles come cuando quiere Alejandro, y Diógenes come cuando quiere Diógenes”. El intelectual que se acerca al poder corre graves riesgos. Sin embargo, fue su discípulo quien difundió la cultura griega -su humanismo racionalista, su filosofía y su teoría- por todo Oriente.

El ideal político de Roma es la creación de una comunidad política universal de hombres y mujeres regidos por el derecho. Mommsen señaló con elegancia que “a dondequiera que fuese el legionario romano, le seguía, pisando sus talones, el maestro de escuela griego, que era, tan conquistador como aquél”. Son los ideales de estoicos greco-latinos -atenienses y romanos- y de los profetas judeo-cristianos -los nacidos en torno a Jerusalén- quienes llevarán al genio político romano a proclamar la ciudadanía a todo el imperio y crear un derecho universal.

Los ideales ilustrados y del liberalismo, por paradójico que resulte, fueron difundidos por un “Robespierre a caballo” o un “idéologue montado”: Napoleón Bonaparte. Los “idéologues” eran fieles a la idea de la Ilustración que sostenía que la educación sería la base de una renovación de la ciudadanía y de la sociedad. Con Antoine Destutt de Tracy creían que se podía observar y describir el funcionamiento de la mente humana. El estudio del nacimiento de las ideas humanas daría un poder enorme al hombre. El ejercicio de sus facultades exigía la libertad política y económica. Por ello eran liberales e ilustrados. Condillac, Diderot y D’Alembert se reunían en los salones de Madame Helvétius, en el suburbio parisino de Auteil. Más tarde se incorporaron Moreyet, Volney, Turgot, Condorcet, Benjamín Franklin y Pierre Cabanis. Ellos fundaron la sociedad docta por excelencia: el Instituto Nacional. En 1795 Volney presentó a Napoleón a los diputados republicanos, quienes lo apoyaron hasta que el pequeño general corso se deshizo de ellos.

¿Y qué hubiese sido del marxismo y del comunismo sin el Ejército Rojo o del capitalismo -democrático o autoritario- sin el Ejército de las estrellas y las barras? Lenin creía que “En Rusia, los principios teóricos de la democracia social se originaron en conjunto, independientemente del crecimiento espontáneo del movimiento obrero. Eran el resultado natural e inevitable del desarrollo de las ideas de la intelligentsia socialista revolucionaria”. Sin embargo, esos 240 mil bolcheviques de 1917 se hicieron del poder y conquistaron un tercio del mundo a través del Ejército Rojo de Trotsky. Stalin y Mao se encargaron de continuar la obra militar.

Menos conocida es la historia del capitalismo en el siglo XX. ¿Hay alguna relación entre las economías de mercado de Alemania y Japón -donde el gasto gubernamental vigoriza la economía, busca el pleno empleo y mejora la balanza comercial con subsidios y derechos de importación- con el hecho que fueron impuestas por el Ejército de Einsenhower? Por cierto que sí. El keynesianismo adquirió una importancia fundamental sobre la política económica en Estados Unidos tras la recesión de 1938. Dicha doctrina llegó a Harvard y se difundió a la Federal Reserve Board, el Tesoro y la Oficina del Presupuesto. Entre 1938 y 1945 sus ideas parecieron ser confirmadas en forma impresionante. Luego, el prestigio internacional de la gran nación del norte, su poder militar y económico y su vocación imperial hicieron el resto. Alemania, Japón y la Europa del Plan Marshall cayeron a sus pies. Mas “los keynesianos norteamericanos, que eran todavía, después de todo, un grupo bastante pequeño, dejaron el frente doméstico peligrosamente falto de protección”. Milton Friedman llenó el vacío y sedujo a algunos nuevos generales. De esto último sabemos bien los chilenos.
El laboratorio de las nuevas ideas que cambiarán el mundo (Chile y América Latina) contemporáneo

Es cierto que la sociología de conocimiento ha avanzado muy poco en saber como nacen e influyen sobre nuestras sociedades. Sin embargo, no es aventurado sostener que importantísimas ideas que generarán grandes debates éticos, importantes desarrollos científicos y tecnológicos que impactarán en la sociedad surgirán, como señala Jonathan Weiner, del “conocimiento lento y arduo del experimento. La mejor manera de reflexionar sobre el futuro es intentar elegir algunos de los experimentos futuros más importantes, que ya están en marcha y que han alcanzado tales dimensiones que ya no pueden detenerse”.

El primer experimento y el más fundamental es, seguramente, la explosión demográfica de la población humana. Su impacto en la vida de los pueblos será notable. La vida del planeta tierra y de la paz en el mundo depende de cómo resolvamos los dilemas demográficos. ¿Es muy lejano el tiempo para un Chile abierto a la inmigración asiática o del altiplano?

El segundo experimento, que va unido al primero, es el calentamiento global. La temperatura del planeta sube, al igual que el debate político acerca de sus consecuencias y las medidas a adoptar. ¿Qué efectos producirá en nuestro desierto, valle central y lluvioso sur? ¿Qué pasará con nuestras costas?

El tercer experimento, conectado tanto con el primero como con el segundo, es el progreso tecnológico, que tanto promete y amenaza. El holocausto nuclear, el desastre ecológico final, o un mundo lleno de alimentos gracias a la biogenética y que funciona con energía limpia. ¿Será el final del cobre o de nuestra agroindustria, tan alejados de mercados globales que ya no nos necesitarán?

El cuarto experimento, que también implica a los demás, es el progreso de la evolución. Algunos predicen que al año 2030 existirá un gen para cada enfermedad y que mediante terapia genética en óvulos y espermios podremos cambiar a nuestros hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Dentro de esta evolución estará la clonación humana.

“El quinto experimento consiste en lo que el evolucionista E. O. Wilson denominó hace poco consilience. Se trata del sueño, esperanza o ruego de que todo aquello que estamos aprendiendo sobre nosotros mismos y el Universo encajará pronto, algún día, en una visión única y holista, que abarcará todas las filosofías antiguas, modernas y posmodernas, todos los experimentos y todos nuestros sentimientos más íntimos, incluida esa mezcla de esperanza, terror, curiosidad, sentido práctico y puro juego que nos induce a intentar mirar hacia delante”.

En los años sesenta y setenta ya tuvimos tres escuelas o enfoques acerca del futuro del planeta tierra y del mundo humano. “El primero se centra fundamentalmente en los logros técnicos, métodos de producción y la naturaleza del lugar de trabajo; el segundo trata de las relaciones entre estados y de la naturaleza de las relaciones políticas y la toma de decisiones; el tercero se centra en las presiones sobre los recursos y el medio ambiente y en las relaciones sociales entre individuos y grupos de personas”. En síntesis simplificadora, ellos creyeron ver un mundo con grandes logros y bienestar; una erosión del Estado nación y el agotamiento de los recursos, desastre ecológico y descontento humano generalizado.

Hay otros que sueñan con “Niños producto de la ingeniería genética, resistentes a virus nuevos y mortales, la creación de personas ‘biónicas’ capaces de leer el pensamiento sin necesidad del lenguaje y una solución, por fin, al misterio de la conciencia humana. Crearemos vida en los laboratorios y la enviaremos a desarrollarse en planetas hostiles, elegiremos gobiernos femeninos para acabar con la guerra y enseñaremos a los escolares a controlar sus emociones del mismo modo que ahora se les enseña lengua y matemáticas. Triunfarán la razón y la democracia y ‘se reconocerá legalmente’ que los animales son ‘seres conscientes, con derechos que pueden ser impuestos en los tribunales por tutores actuando en su nombre'”.

¿Quién tendrá la razón? ¿Qué ocurrirá en el futuro? ¡¡Quién lo sabe!! ¿Pero no es razonable pretender estar involucrados en el debate? ¿Lo estamos?

La advertencia de Hannah Arendt

Hannah Arendt, en el prólogo a La Condición Humana, señala que la novedad central de los tiempos que vivimos es la ciencia y su fruto: la técnica. Lo destaca en la primera línea con un ejemplo que hoy, en tiempos de biogenética, llama la atención por su ingenuidad. “En 1957 se lanzó al espacio un objeto fabricado por el hombre (…) (…) y (…) (…) este acontecimiento, que no le va en zaga a ningún otro, ni siquiera a la descomposición del átomo…” marcaba la rebelión del hombre contra su planeta, que devenía en prisión terrena y parecía dejar de ser la “Madre de todas las criaturas vivientes bajo el firmamento”. La rebelión se extendía en contra de la propia condición humana. La construcción de un hombre artificial parecía encaminar a los científicos a crearlo en un tubo de ensayo. “No hay razón para dudar de nuestra capacidad para lograr tal cambio, de la misma manera que tampoco existe para poner en duda nuestra actual capacidad de destruir toda la vida orgánica de la Tierra”.
El problema, hoy como ayer, es que tales cambios se están decidiendo por científicos, normalmente asociados en complejos industriales y militares, fuera del espacio público. Para Hannah Arendt esto planteaba una dificultad, puesto que las “verdades” del moderno mundo científico, si bien pueden demostrarse en fórmulas matemáticas y comprobarse tecnológicamente, ya no se prestan a la normal expresión del discurso y del pensamiento”. Pues lo que entendemos es lo que somos capaces de pensar y hablar; aunque sí podemos hacer cosas en forma inconsciente. “Si sucediera que conocimiento (en el moderno sentido de know-how y pensamiento se separasen definitivamente, nos convertiríamos en impotentes esclavos, no tanto de nuestras máquinas como de nuestros know-how, irreflexivas criaturas a merced de cualquier artefacto técnicamente posible, por muy mortífero que fuera”. Cuando está en peligro el discurso, lo que hace de la persona un ser único, es el sentido el que falta, pues todo lo que haga, sepa o experimente el ser humano lo tiene en el grado que pueda expresarlo.

Sólo en el espacio público, a plena luz del mediodía, todos somos vistos y oídos como iguales y libres. Libres para decir nuestras verdades haciendo uso de la palabra – isegoría – y somos todos iguales al ser evaluados y valorados por una misma norma – isonomía -. No olvidemos que “una de las funciones del proceso de formación de opiniones es la evaluación del riesgo. La cuestión fundamental en lo que a esto se refiere es la relacionada con el arrepentimiento. ¿Cuál es el precio de equivocarse? ¿Es un error irreversible? ¿Podremos recuperarnos? ¿Cuánto cuesta asegurarlo o delimitarlo? ¿Nos arrepentiríamos profundamente si dejáramos pasar la oportunidad?”. Por ello la comunidad mundial ha creado el principio precautorio que dice que “Cuando una actividad representa una amenaza para la salud humana o para el medioambiente, deben tomarse medidas precautorias aún cuando algunas relaciones de causa y efecto no hayan sido totalmente determinadas de manera científica.” El punto es que la comunidad local, nacional y global la que debe participar en este debate.

Una humilde propuesta: crear espacios públicos de debate

Teniendo a la vista lo sostenido por Hannah Arendt, la política no puede estar fuera de estos experimentos globales. Aún más trágicas serían las consecuencias de la tonta condena de Galileo si, casi tres siglos después, la gran conclusión es que el mundo de la ciencia, de la política y de la ética corren por vías separadas. La voluntad de poder, la voluntad de saber y la buena voluntad deben dialogar y buscar un acuerdo en el límite que separa el abismo de la cima, pues de continuar en este camino podemos llegar a la “catástrofe universal”. Si, por el contrario, queremos las nuevas ideas que generen ciencia y tecnología se pongan al servicio de todo el hombre y de todos los hombres, si anhelamos que así pasemos de condiciones menos humanas a más humanas, debemos exigir y ejercer nuestro derecho a participar en el aquel lugar que se están tomando decisiones que nos afectarán a todos, para bien o para mal.

Chile actualmente debate acerca de cómo mejorar su rendimiento en ciencia y tecnología. Ello está muy bien. Es fundamental que en dicha reflexión, que debiera generar órganos y procedimientos que elaboren, ejecuten y evalúen políticas públicas, participen todas las comunidades, particularmente la científica, la política y la ética. Debemos realizar investigaciones en profundidad que permitan discriminar los distintos escenarios, los deseables, los inevitables y los repudiables. Hay que financiar lo que se conoce como “viajes de aprendizaje”, es decir, salir al mundo, estar y contemplar donde las cosas están sucediendo. Por último, es preciso generar juegos de simulación, pues la realidad virtual nos permite ir desde modelos simples a otros altamente sofisticados.

Chile no está condenado a imitar los errores de las naciones desarrolladas, ni debe acríticamente copiar su desenvolvimiento. Por el contrario, puede y debe, participar en estos grandes cambios globales que definirán su futuro como nación.

Esta es la tarea del CED.

*Director Ejecutivo del CED