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El terremoto del Bicentenario: la hora del alma nacional

Con el alma partida, desde un pueblo español de la Florida, San Agustín de Ponce de León, Gabriela Mistral relató el terremoto de Chillán, el de 1939. Agobiada por las noticias que le llegaban decidió enviar un recado, con “rumbo y al azar”, a los amigos de América. Pedía solidaridad con su pueblo, a los que la conocían y a los que no. En dicha carta explicaba que “La naturaleza chilena es heroico-trágica”. Esa fuerza telúrica había destrozado varias veces la provincia de Concepción. Se le partía el alma pues Gabriela Mistral, siete meses atrás apenas, había estado en Chillán.

Había ido en búsqueda de la vieja chilenidad, el Chile clásico. Allí tres mil niños chillanejos, “sana mocería criolla”, habían desfilado en su honor. Ahora una porción de esa “carne niña” había pasado en una noche de fábula directamente al sueño eterno. “Lo catastrófico que llena las planas de los diarios de América, no ha sido, por desgracia, exagerado. Un tercio del territorio quedó dentro de la conmoción y las mejores ciudades de la zona, logradas a fuerza de civilidad corajuda, han padecido quebranto ligero o mortal. Pero Chillán, cuna de nuestro O‘Higgins esencial, fue realmente arrasada y hay que levantarla piedra a piedra; y la ilustre Concepción, santo y señor del Sur, de tan noble estampa, ha perdido barrios enteros y deberá reedificarse en buena parte”.

De ahí Gabriela Mistral saltaba a enunciar lo que creía era rasgo sufriente pero fraterno del chileno: “Estamos juntos, como en los tiempos de la vieja chilenidad, que todo hizo así, en manojo de alma, en hatillo de leños”. ¡¡Siete veces destruido Concepción y otras siete veces destruido Santiago, y siempre levantados de nuevo!! Por eso nuestro Premio Nóbel declaraba que “La desventura no ha logrado un colapso en el país de las pruebas, que siempre las vio llegar y les dio la cara”.

Fuerza telúrica de una tierra pobre pero creyente. Porque a la fuerza de la naturaleza debemos oponer la inteligencia, previsión y fraternidad de nuestro pueblo. Inteligencia para construir firme y bien. Previsión para enfrentar catástrofes que llegarán una y otra vez. Provisión de instituciones, recursos y medios permanentes a echar mano en estos casos. Y mucha fraternidad. Pues si algo revelan estas calamidades es ese Chile profundo, pobre y marginado. O ese Chile de clases medias que tanto dependen de servicios públicos bien estructurados y financiados. A su dolor se debe responder con decencia y después con justicia, jamás con conmiseración vocinglera.

Preocupa sobremanera el nivel de dependencias de servicios estratégicos en manos de privados. ¿Es lógico que nuestras autoridades terminen haciendo llamados a la buena voluntad de empresarios y que sólo puedan coordinarse con ellos? Duele una vez más el centralismo y la debilidad de nuestros gobiernos regionales y locales. ¿Alguien sabe cuántos son los funcionarios de la Onemi en la Región del Bío Bío? Que lo averigüe. Inquieta que nuestra apuesta por servicios de comunicación ultra modernos colapsen, y vuelva a resurgir la vieja verdad de la importancia de radios, prensa y organizaciones locales. Es tiempo de volver a pensar los equilibrios justos entre lo privado y lo público; lo local, lo regional y lo nacional; lo moderno y lo tradicional.

Cuando el terremoto del sesenta destruyó parte de la Universidad de Concepción, su rector llegó presuroso a su oficina. Quien me relató la escena me dice que su abogado se lamentó amargamente del desastre. Los daños eran irreparables. El rector molesto exclamó algo así como: “No te quejes y empieza a redactar inmediatamente una propuesta de proyecto de ley que reconstruyendo lo perdido, genere una universidad más bella y mejor construida”. Del desastre de Chillán surgió la ley que creó la CORFO y abrió una etapa de desarrollo nacional: Endesa, Enap, Chilectra y Cap. ¿Por qué no demandar que del terremoto del Bicentenario se reconstruya un Chile del Bicentenario mejor construido, más organizado y más solidario? Es el tiempo del liderazgo político.

Escrito por Sergio Micco en Asuntos Públicos