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La política y los partidos políticos sí importan

El gobierno ha anunciado que presentará en marzo un conjunto de reformas al sistema político. Entre las materias anunciadas se han mencionado el establecimiento de primarias para seleccionar a los candidatos a cargos de representación popular; establecer la pérdida del escaño parlamentario del que renuncie al partido que militaba al momento de ser electo; la inscripción automática y la desafiliación voluntaria; el financiamiento de los partidos políticos y el fortalecimiento de medidas de transparencia y modernización en ellos; el cambio del sistema electoral binominal; entre otras materias. Inmediatamente han surgido distintas vocerías criticando el anuncio. Se aduce que entre las materias de preocupación ciudadana no están las “políticas” y que las prioridades debieran ser las de orden socioeconómico[1].

Es cierto que los niveles de desconfianza e insatisfacción con los políticos y con los partidos políticos chilenos no han dejado de aumentar. Sin embargo, de ello no se deduce que las instituciones políticas, su legitimidad y eficacia, no sean esenciales para el desarrollo nacional, máxime si los chilenos estamos próximos a conmemorar doscientos años de independencia de una república democrática. ¡¡ El desarrollo no se reduce al crecimiento económico, por fundamental que este sea!! En particular, este año se celebrarán elecciones municipales, eventualmente regionales, que serán la antesala de las elecciones parlamentarias y presidenciales del 2009. Es el momento electoral que demostrará la importancia de los partidos en el acontecer nacional. Por eso haríamos bien en preocuparnos de lo que está ocurriendo con nuestro sistema político en general y con los partidos políticos chilenos en particular; decidiéndonos a actuar comunitariamente para enfrentar la urgente e imprescindible reforma de los mismos, como tarea nacional[2].

Ver el desprestigio de los partidos políticos y de “los políticos”

Partamos por analizar lo que dicen los latinoamericanos de sus instituciones políticas. De acuerdo al Latinobarómetro del 2007, los partidos políticos son las instituciones en las que menos confía la gente.

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A pesar de todos los innegables éxitos de la consolidación democrática chilena y la bonanza económica, ya en 1998 el PNUD dio cuenta de la generalizada desconfianza en la institucionalidad chilena. ¿Qué pasaría con nuestro sistema político en caso de crisis económica, gatillada internacional o nacionalmente?

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¿De qué se acusa a los partidos políticos?

Sigamos viendo, escuchando y analizando la voz del pueblo. De acuerdo a la encuesta CEP del diciembre del 2007, loa partidos políticos son acusados de: poco transparentes (36%); son siempre los mismos: no hay renovación (33%); se apitutan en los cargos de gobierno o de la municipalidad (31%); no se hacen cargos de sus errores (30%); son corruptos (27%); faltos de ideas (17%); no respetan a las minorías de sus partidos (10%). Los que no le encuentran defectos muy importantes ascienden al 2%. Para llorar.

Anotemos que esta crítica a los partidos políticos es parte de un fenómeno mayor de desinterés y malestar con la política. Ni la Constitución Política de Chile ni la gobernabilidad democrática se escapan de ella[3]. El siguiente cuadro, tomado del Barómetro Cerc, da cuenta del deterioro consignado. La legitimidad democrática ha bajado de 90% a 71% – a septiembre del 2003; su eficacia de 84% a 49% y la satisfacción con la democracia de un 75% a un 36%.

Gobernabilidad democrática

gobernabilidad

Juzgar lo que se esconde detrás de esta dura crítica a los partidos políticos y “los políticos”

Anotemos en primer lugar que los chilenos vivimos un fuerte proceso de privatización de nuestras vidas. Diversos estudios demuestran el enorme tiempo que dedicamos a estudiar, transportarnos, trabajar y sacar adelante a nuestras familias. Valoramos cada vez más nuestra autonomía, libertad y derechos individuales. De acuerdo a la Quinta Encuesta Nacional del Injuv, el 82% de los jóvenes chilenos creen que vivirán mejor que sus padres y para ello deberán ejercitar la constancia, trabajo, responsabilidad, iniciativa, buena educación y metas claras. Se trata del proceso de individuación. No es raro entonces que declinen las esperanzas puestas en la política.

Vivimos además tiempos de globalización que han impuesto en el mundo occidental economías abiertas de mercado. El caso chileno es uno de los más extremos. Sabemos de la pérdida de centralidad de la política como capacidad de gobierno de una sociedad contemporánea cada vez más en manos de la economía y de los medios de comunicación sociales. A ello se suma la autonomización de la judicatura y de la cultura del escrutinio político. Agreguemos a este declive de lo político la abierta complejización de la sociedad cuyo control estatal se hace inviable[4]. La política surge como un arte sólo susceptible de ser ejercido por unos pocos que poseen incluso un lenguaje y un conocimiento distintos. Los chilenos no entienden bien lo que discuten “los políticos”, menos cuando los implacables “raiting” y “zapping” reducen todo a “cuñas” y “notas” periodísticas.

Una parte no despreciable de la salud, la educación, la educación y la vivienda se han privatizado, por lo que particularmente los chilenos de las clases medias y altas no ven mucha relación entre sus vidas cotidianas y lo que ocurre con las políticas públicas. Los sectores populares, ante un menguado Estado, tampoco encuentran respuesta en él. Por eso la política y nuestra democracia aparecen como no relevantes para los dos Chiles, el exitoso y el perdedor[5]

Por último, en el caso de los partidos políticos, seamos sinceros en reconocerlo, quienes han tenido la oportunidad de participar en ellos, en general, no han vivido una experiencia grata. Quien es más cercano al talante liberal, celoso de sus derechos individuales, tiende a sentirse incómodo en una organización que lo llamará a militar y disciplinar su comportamiento político y voto. El conservador, siempre preocupado de los deberes para con la verdad y el bien común, verá en los partidos facciones que dividen a la nación y que someten todo compromiso con la verdad al rendimiento electoral. El comunitario que aspira a conciliar derechos con deberes, siempre estará a punto de ahogarse entre uno u otro extremo.

Suele ser muy duro para los jóvenes que ingresan a militar ver la distancia entre los ideales que se proclaman y las crudas luchas de poder que se practican. Ello lleva a muchos de ellos a marginarse o, peor aún, creer que la política es una rara combinación entre una publicitada propaganda de altos ideales patrios y una descarnada y secreta lucha de intereses particulares; arte que hay que saber practicar como técnica que les permitirá hacer una “carrera política”. Sobre todo asustan las divisiones en partidos políticos que, por definición, debieran ser comunidades de compañeros, camaradas y correligionarios amantes de un ideal. Finalmente, el ciudadano de a pie, rápidamente se enfrentará a la dificultad de hacer valer su voz y asumir responsabilidades partidarias o públicas, pues deberá enfrentarse a incumbentes profesionales de la política, quienes al vivir de ella y para ella, acumulan experiencia, destreza, información y recursos que hacen que sean casi imbatibles. No es raro entonces que miles de abnegados militantes de los años ochenta hayan vivido un verdadero éxodo a la vida familiar, laboral y al mundo privado del voluntariado social y del ocio que les ofrece una sociedad de consumo.

Actuar. Un movimiento republicano que reforme a los partidos y a la política actual

Queremos brevemente realizar una defensa de la política para quienes sólo quieren preocuparse de los problemas socioeconómicos. Junto con ello, queremos relevar la profunda ambivalencia en la crítica ciudadana dirigida a los partidos políticos. La tercera cuestión es explicar porqué los partidos políticos son imprescindibles para el adecuado funcionamiento de la democracia.

El Premio Nóbel de Economía Douglas North es el padre de la “nueva economía institucional” la que apunta a sostener que la mala política es fatal para el crecimiento económico. Estados incapaces de recaudar impuestos, son igualmente impotentes para garantizar derechos de propiedad, seguridad jurídica, tribunales imparciales o administraciones decentes. Jeffrey Sachs sostiene que Estados que no dan adecuada educación y capacitación, que no invierten en ciencia y tecnología, que no desarrollan infraestructura y que no garantizan una salud de calidad, condenan a sus países a la pobreza[6]. El propio Francis Fukuyama declara que Estados débiles o fracasados causan buen parte de los peores males del mundo como la pobreza, el sida, las drogas o el terrorismo[7]. Sociedades divididas por razones sociales, étnicas, religiosas o regionales requieren de políticos sabios y hábiles. Como señala Sartori, hay una “evidencia abrumadora de que, a menos que una democracia consiga crear a lo largo del tiempo, un consenso básico consonante, funcionará como una democracia frágil y con dificultades[8]. Necesitamos desarrollo político es decir “la creación de instituciones estatales formales de creciente alcance y complejidad que sirvan para promover la acción colectiva y mitigar el conflicto social”[9]. Por ende, hacemos mal en no preocuparnos de los temas “políticos”.

Sin embargo los chilenos no estamos dispuestos a pagar los costos de la participación. Nuestros índices de participación son bajos. Son pocos los que están disponibles para ir a una reunión social o política mensual. Ni hablar de participar en grupos de estudio e iniciativa ciudadana. Menos recolectar firmas de apoyo o fondos de campaña. Y esto e grave pues quienes no participan no están adecuadamente representados. En una democracia participación es poder. El gobierno se ve privado del más amplio apoyo posible y de la experiencia de los no participantes. La apatía generalizada aumenta las oportunidades que el gobierno sea dominado por personas poco responsables, sin escrúpulos y amantes de aumentar el propio poder. Se deja de aprender, pues no hay mejor manera para mejorar la calidad de sus juicios que la experiencia de la participación. La apatía es un síntoma -a la vez que una causa- de la debilidad del sistema democrático. Significa el fracaso en involucrar a todos los miembros de la sociedad en su propio gobierno, el fracaso en inspirar interés y lealtad. Esto, en tiempos de crisis sociales, puede ser fatal para la democracia. Anotemos, como ya lo ha hecho Revista Mensaje, que la rebelión pingüina, las acciones directas de los trabajadores subcontratados en las salmoneras y en el cobre, más las mediaciones y llamados de la propia Conferencia Episcopal han demostrado a las claras que nuestro sistema político no está procesando adecuadamente las necesidades sociales y demandas políticas.

Respecto de los partidos, nuestro descuido parece ser igualmente negativo. Reclamamos por nuestros derechos, pero no estamos dispuestos a cumplir con nuestros deberes[10]. Pedimos a los partidos políticos transparencia en su toma de decisiones, pero nos molesta cuando los vemos públicamente divididos. Odiamos que ellos sean financiados por empresas privadas o mediante expolio estatal, pero no estamos dispuestos pagar cuotas ni menos contribuir a su financiamiento mediante nuestros impuestos. Pedimos a los políticos que se dediquen con devoción, sabiduría y conocimiento especializado a la actividad pública, pero nos molesta la profesionalización de la política. Reclamamos limitar las reelecciones, pero hay que andar buscando a lazo a ciudadanos destacados que estén dispuestos a sacrificar su vida familiar y laboral por participar en una campaña electoral.

Nos molesta cuando vemos que todos los partidos son iguales, pero nos alarmamos cuando los vemos enfrentados. Añoramos la unidad nacional, pero valoramos nuestra diversidad; por lo que no es raro entonces que nuestros representantes populares se agrupen en tornos a ideas e intereses geográficos, de género, etáreos, sociales y étnicos diferentes. De hecho los partidos chilenos nos unen más que nos dividen, pues nos organizan en cinco o seis grandes corrientes de opinión; las que evitan la caótica fragmentación de Chile en diez millones de voces ciudadanas distintas. La sociedad chilena es pluralista y su diversidad es su riqueza cuando se encauza a través de la deliberación y la resolución pacifica de sus diferencias, para lo cual son centrales los partidos políticos.

Ver en la representación política un simple robo de nuestra soberanía individual es otro grave error. Los partidarios de la democracia directa se sienten identificados con aquello de Rousseau: “El pueblo inglés cree ser libre; y mucho se equivoca: lo es solamente durante la elección de los miembros del Parlamento; pero no bien son elegidos, el pueblo es esclavo, ya no es nada”. Sin embargo, en sociedades de masas y de enorme complejidad en su conducción como son las modernas, necesitamos de representantes. Porque como dice Robert Dahl los requerimos “por sobre todas las razones, por el tiempo. Los ciudadanos no pueden estar en reunión permanente. El tiempo consagrado a la toma de decisiones está limitado tanto porque las personas involucradas no desean dedicar una cantidad desmedida de tiempo a las decisiones como por los plazos determinados por acontecimientos que no pueden esperar”[11]. Insistamos además que los ciudadanos no están dispuestos a sacrificarse mucho por el bien común. Agreguemos razones de idoneidad pues no nos gustaría ser un paciente quirúrgico en una sala de operaciones en la que rigiera el principio de que la opinión de una persona es tan digna de escucharse como la de otra. Por ello las democracias modernas son idealmente – y siempre deben someterse a la crítica que esta definición supone – gobiernos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Pero, en la realidad tienden a ser gobiernos de los representantes del pueblo libremente elegidos por el pueblo.

De ahí la importancia de nuestros partidos políticos. Ellos movilizan el electorado, estructuran parte de la agenda pública, contribuyen a formar los gobiernos, socializan políticamente a los ciudadanos, articulan y agregan el sinfín de demandas sociales. Pero por sobre todas las cosas son ellos los que reclutan los candidatos a concejales, alcaldes, diputados, senadores, gobernadores, intendentes, ministros y presidentes de la república. Si esta función la hacen mal, todo el sistema político democrático se resiente. De hecho hoy día se empieza a hablar no de decadencia ni de declive de los partidos políticos sino que de su renacimiento y renovación.

Por ello haríamos bien en preocuparnos qué está ocurriendo en los partidos políticos chilenos. Pues buena parte de la crítica que la opinión pública hace a los partidos políticos, se basa en sólidos hechos. Pero si esa crítica queda ahí, lo único que estaremos haciendo es contribuir aún más al descrédito de la política y a alejar a kilómetros de distancias a quienes impulsados por un sincero deseo de vocación pública están evaluando ingresar activamente a ella.

¿Qué podemos hacer?

Es necesario acercarnos a nuestros partidos y mejorar la democracia interna. Se necesitan generar verdaderos “estados de derecho” internos. Los padrones de militantes y los derechos de éstos; las fechas de renovación de autoridades y la transparencia en el financiamiento; entre otros temas, deben ser estrictamente normados y, sobre todo, rigurosamente respetados. Se debe poner un límite al número de mandatos de los representantes populares y prohibir la acumulación de cargos internos y externos. Así se institucionalizarán los partidos políticos, es decir, contarán con órganos y procedimientos estables en el tiempo, legítimos ante la ciudadanía y regulados por normas objetivas y no caudillos individualistas y efímeros.

Es decisivo el fortalecimiento del asociativismo y de los actores sociales. Insistamos en que la rebelión “pinguina”, el debate acerca del salario ético y la situación de los subcontratistas demuestra el poder de la sociedad civil en la que los partidos políticos deben estar. Esta dimensión es clave. La receptividad de los partidos implica que ellos, deben estar atentos a las encuestas, practicar las elecciones limpiamente y sobre todo tener sólidas raíces en la sociedad. Ellos deben estar atentos a los procesos profundos y a los movimientos sociales. Sin estos últimos las reformas democráticas tienden a no prosperar. Ellos deben ser activos promotores del control democrático en todos los ámbitos, sobre todo en los emergentes como son los medios de comunicación social, grupos de presión y mundo transnacional.

Es obvio que la reforma del sistema electoral chileno es clave para incentivar la participación y, al mismo tiempo, facilitar la incorporación de todos los actores políticos al sistema, ayudando a mejorar la representación política y a enfrentar la desafección y a la apatía ciudadana. Los representantes así electos, junto con sus partidos, tienen la obligación de dar cuenta cada cierto tiempo a sus votantes. Si seguimos generando nuestros candidatos a través de cerradas negociaciones amparados en el binominal no es raro que nuestros representantes se deban más a sus electores inmediatos que al pueblo todo[12].

Otro tema decisivo es el financiamiento público de los partidos y de las campañas electorales. Así la independencia, transparencia, institucionalización y probidad de nuestros partidos aumentaría. Dicho financiamiento debiera estar ligado al desarrollo de determinadas tareas: educación cívica de ciudadanos y adherentes; formación y capacitación militante; provisión de servicios de asesoría a dirigentes internos y representantes populares en los distintos niveles del sistema político; generación de plataformas programáticas y propuestas de política pública. Esto es central para promover otra característica central de un partido político moderno cual es su responsabilidad. Los partidos deben tener los medios para cumplir adecuadamente sus funciones y compromisos, respondiendo por lo bien hecho, mal hecho y no hecho[13].

Volvamos a escuchar al pueblo. Estas son las reformas que piden los chilenos.

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Pero, por sobre todas las cosas, necesitamos atrevernos a generar un movimiento republicano en Chile. Uno que traspase a todos los partidos políticos y en el que se promueva el ideal del Bicentenario: fundar el gobierno de los muchos en aras del bien común. Formar comunidades de estudio, deliberación y acción para promover un régimen político donde todos seamos igualmente libres, en una comunidad política soberana, es decir, independiente y que se autogobierna. Para fundar esa nueva república requerimos de ciudadanos virtuosos, es decir, aquellos cuyo amor por la patria los lleve a sacrificar sus legítimos intereses particulares en pro del bien vivir de la multitud. Esos son los ciudadanos que deben venir y con coraje atreverse a practicar ese difícil y noble arte que es la política, en el más duro y exigente de los lugares: en el partido político.

 


[1] Sergio Micco Aguayo, abogado, master en ciencia política y doctor en filosofía mención ética
[2] Esto ya lo hizo la Revista Mensaje de junio del 2007 reflexionando acerca de las reformas institucionales que faltan.
[3] Según el Barómetro Cerc, en septiembre del 2004 un 27% de los chilenos opinaba que la Constitución era de la Derecha, un 21% de los militares, un 16% de la mayoría de los chilenos, un 15% de todos los chilenos y un 2% de la Concertación. No hay consenso constitucional en Chile, más bien lo que hay es un “malestar constitucional”: una conciencia mayoritaria que nuestra ley fundamental no es de todos.
[4] Von Beyme, Klaus; Teoría Política del Siglo XX. De la Modernidad a la Posmodernidad, Alianza Universidad, Madrid, 1994.
[5] Editorial Revista Mensaje de julio del 2006
[6] Sachs, Jeffrey, El fin de la pobreza, Editorial Debate, Buenos Aires, Argentina, 2006,
[7] Fukuyama, Francis: América en la encrucijada, Ediciones B; Barcelona; España; 2007; pp. 133
[8] Sartori, Giovanni; Los fundamentos del pluralismo; en: Revista La Política; Número 1; Liberalismo, comunitarismo y democracia; Paidós; Barcelona; España; 1996; pp.116
[9] Fukuyama, Francis; La construcción del Estado; Ediciones B; Buenos Aires; Argentina; 2004.
[10] Contraria a esta actitud, Revista Mensaje apoya la inscripción automática y el voto obligatorio. Editorial de Revista Mensaje de septiembre del 2006
[11] Dahl, Robert; ¿Después de la revolución?; Gedisa Editorial; Barcelona; España; 1994; pp. 57
[12] Editorial de Revista Mensaje de septiembre del 2006
[13] Acerca de la forma como la receptividad, la responsabilidad y la rendición de cuentas pueden desarrollarse en los partidos políticos modernos y cómo éstos se han ido reformando a partir de los modelos burocráticos de masas y profesionales electorales ver: Montero, José Ramón; Gunther, Richard y Linz, Juan, Partidos políticos. Viejos conceptos y nuevos retos, Editorial Trotta, Madrid, España, 2007.