Hemos despedido a un gran pastor y a un gran hombre. La vida entera de monseñor Carlos González es un testimonio de fe profunda y de enorme humanidad. Pues los grandes pastores son aquellos capaces de dar – desde la doctrina – una respuesta iluminadora a los grandes problemas de la humanidad.
Así, en el momento en que fue necesario, don Carlos supo defender los derechos humanos no sólo con la fuerza de su palabra, sino que también con su testimonio incansable. Cuando se restableció la democracia no calló su voz, y siguió hablando de aquellos temas que realmente importan en la sociedad de hoy. Así, con inmensa generosidad, en público y en privado, nos habló a quienes estamos en la actividad política, y, especialmente, a quienes nos hemos acercado a la política desde el cristianismo.
En esas oportunidades solía recordarnos que la sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. Algo que el Papa Benedicto XVI relata tan bien en su encíclica Dios es Amor.
Creo – con profunda convicción – que no podemos olvidar a monseñor González y estoy convencida que la manera más provechosa de recordarlo es comprometerme e invitar a todos quienes queremos jugar algún rol en nuestro país – en el ámbito público o privado – a comprometernos con sus enseñanzas.
Como mujer, como política y como cristiana me comprometo, en un primer paso, a profundizar el conocimiento que tengo de los problemas, las alegrías y los sueños de las personas que habitan mi país y, desde ese conocimiento, orientar mi quehacer a la solución de sus problemas, a la mantención de su alegría y a la concreción de sus sueños. De alguna manera he tratado de hacerlo en los cargos que he ejercido, en mi labor pública, en mis recorridos por el país y también a través de un instrumento como el facebook, propio del mundo globalizado donde don Carlos siempre nos invitaba a participar, porque él, con mucha sabiduría, entendía que los políticos debemos estar día a día en el mundo real y nunca mirándolo a través de una burbuja.
En alguna pequeña medida he tratado de seguir sus enseñanzas, pero tengo claro que la perfección está lejos y que para llegar a la sociedad justa se necesitan muchos y muchas trabajando en conjunto en pos de ese objetivo. “Un hombre solo, una mujer sola, así tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada”, escribía José Agustín Goytisolo en Palabras para Julia, instándola a no desmayar, a no quedarse a la vera del camino. Por eso, el poeta agregaba: “Pero yo cuando te hablo a ti, cuando te escribo estas palabras, pienso también en otros hombres. Tu destino está en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos”.
Entonces, junto con comprometerme a mi propia acción, me comprometo también a trabajar con otros, con mis camaradas de partido y con quienes no lo son, sin exclusiones, con todos los que creen que es posible lograr la sociedad buena que anhelamos con herramientas y no con armas; con luces y no en las sombras; dando vida y nunca muerte. Porque la sociedad justa no puede lograrse amparando la injusticia y las malas prácticas.
Invito entonces, y me invito, a quienes ejercemos la labor política y a quienes dejaron de creer en ella, a hacer nuestras las palabras del Papa y las palabras de nuestro querido Obispo. Construyamos, a través de la política, la sociedad más justa que Chile se merece. Demostremos que eso no es un sueño y que se puede, pues finalmente quienes construimos nuestra historia, quienes diseñamos o forjamos el futuro de nuestros hijos, somos nosotros.
Ximena Rincón
Presidenta
Centro de Estudios para el Desarrollo