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La división de la izquierda de la Concertación y la crisis de la coalición

Leo en La Nación del día 5 de junio al senador Carlos Ominami reconociendo un hecho que ha dejado de ser un problema de la dirigencia partidista socialista y ha comenzado a impactar en las elites concertacionistas y en las encuestas de opinión pública. “Hay militantes socialistas trabajando por Enríquez-Ominami, hay parlamentarios y dirigentes del PS apoyando a Alejandro Navarro y otros a Eduardo Frei, esa es la verdad”, dijo el senador. La crónica periodística da además nombres del comité central socialista que estarían con Jorge Arrate. Agregó Ominami que el Socialista “es un partido que de alguna forma implosionó, pero todos sabemos que el 13 de diciembre en la noche, más allá de nuestras pugnas, que han sido duras y ásperas, tenemos que juntarnos para garantizar una mayoría progresista en la elección de enero”.

El senador pasa de la constatación de un hecho indesmentible, a la expresión de su voluntad política que no sé – él tampoco lo sabe – si terminará siendo un buen deseo o una adecuada predicción, que en el mejor de los casos será electoral. Pues, la cuestión electoral es si la “implosión” socialista se podrá arreglar tras la primera vuelta y si ella no arrastrará al fin del pacto político y social que supone la Concertación. Soy pesimista. Baso mi temor en el daño que le causarán al abanderado de la Concertación los tres candidatos socialistas más el expulsado senador de la Democracia Cristiana. Daño de tal magnitud que hará que el candidato de la Alianza, saque una ventaja inalcanzable en segunda vuelta. Es la apuesta expresada por Jovino Novoa. Y anunciada como posibilidad por Max Marambio, quien se anticipó a señalar que si perdía Frei en segunda vuelta, no le echaran la culpa a Marcos Enríquez Ominami.

En la línea editorial de Asuntos Públicos quiero salir de la contingencia política inmediata, y basar mi pesimismo en una línea de pensamiento de más largo aliento. Busco entre mis libros a la historia como “maestra de vida”. Retengo entre mis manos el de un discípulo de Hobsbawm, llamado Geoff Eley. Ha escrito una obra monumental acerca de la historia de la izquierda en Europa entre 1850 y el 2000. Se llama bellamente Un mundo que ganar(1). Parto por aclarar que Eley entiende por izquierda todos aquellos movimientos y partidos que han trabajado en este lapso por la defensa y promoción de la democracia. Por ello, me parece pertinente el traerlo a colación a propósito de la crisis de una exitosa coalición democratizadora chilena: la Concertación. La pregunta que Eley se hizo es ¿qué hace que se logren producir las innovaciones democráticas que signifiquen más participación popular, ciudadanía activa y cambio social radical? Esta pregunta nos ayuda a reflexionar sobre la cuestión que a los chilenos del 5 de octubre nos concierta y desconcierta: Tras los veinte años de democratización chilena, ¿cómo lograr una democracia de mayor intensidad y un Estado de protección social más fuerte?

La división dentro de la izquierda tradicional

En lo que nos interesa, Geoff Eley describe con lucidez el enfrentamiento, primero de socialistas y comunistas y luego de partidos parlamentarios moderados y orientados al trabajo electoral, en tensión con movimientos extraparlamentarios de gran activismo local. Eley constata que, la mayor parte de las veces, la izquierda democratizadora ha retrocedido ante las oportunidades revolucionarias violentas. Sin embargo, agrega que sin crisis sociales generalizadas, orden gubernamental cuestionado y acción directa, aquella no hubiese hecho lo que hizo en Europa, es decir, democracia social y Estado de Bienestar. Eley hace historia y no emite juicios morales. Tampoco apoya ninguna opción de izquierda. Sin embargo, es claro en declarar que la división siempre le ha jugado una mala pasada al avance político electoral y social de ésta.

La primera gran división de la izquierda marxista es a fines del siglo XIX. Marx, Engel y la ortodoxia enfrentados al revisionismo de Eduard Bernstein y los socialdemócratas europeos. División que se agudizará en torno a la revolución bolchevique. Los nombres son conocidos: Vladimir Ilich Ulianov, Joseph Stalin y León Trostky contra el revisionismo socialdemócrata de los alemanes que los lleva al poder en 1919 en la república de Weymar. Por cierto, debo declarar que el Partido Comunista del totalitarismo político, imperialismo soviético y economía centralmente planificada, no es de izquierda en el sentido de Eley, pues no fue democrático -afirmación personal-. Agrego que esta división entre comunistas y socialdemócratas, no sólo fue inevitable sino que buena, y si bien el PCUS mostró un poder e influencia mundial increíbles durante setenta años, finalmente terminó por desplomarse. Fueron los que supieron reconciliar socialismo con democracia y ésta con la economía de mercado los que vencieron para bien del mundo occidental. Esta es una lección que el socialismo chileno no puede olvidar, sobre todo en momentos en que discursos contrarios a la democracia liberal y a la economía de mercado disputan el liderazgo continental con la Presidenta Bachelet.

Vuelvo a Eley, quien nos describe la atroz división entre Trostky y Stalin. El debate es entre la democracia obrera versus el totalitarismo burocrático: Bujarin, Kamenev, Zinoviev y Trotsky mueren asesinados. El trostkismo se divide en multiplicidad de luchas fraccionales, pues distintos hechos mundiales no le dan respiro a un pensamiento y acción políticas que se ha quedado sin su líder. Los trostkistas sufren además un mal interno. El exacerbar las diferencias, hacer de toda discusión política, de toda diferencia e incluso matiz, un problema de principios, que servía para justificar rupturas irreconciliables, lo que produce la implosión del trotskismo De ahí que los stalinistas inventaran el slogan “todo trotskista es divisible por dos”. Mario Vargas Llosa, en la “Historia de Mayta”, se ríe a gritos de esta tradición que como un virus infectó toda la izquierda latinoamericana, para alegría de las oligarquías locales y defensores del status quo. Mi segundo comentario es que, para serles franco, ésta también es una división en que la democracia en la que creo está bastante ausente. Sin embargo, es evidente que esta increíble capacidad de la izquierda de dividirse ha causado enormes dolores de cabeza al mundo obrero, a los movimientos sociales y a los partidos parlamentarios que quisieron avanzar en las reformas políticas y sociales democratizadoras. De la necesidad de tener partidos fuertes y cohesionados, es decir, institucionalizados, ya hemos hablado en Asuntos Públicos(2).

Una tercera fractura de la izquierda se da en torno al 68. Las conclusiones de Eley son más bien desalentadoras. El 2 de octubre de 1968, en la plaza de las tres culturas, los estudiantes mexicanos que reclaman en contra de las promesas incumplidas de la Revolución Mexicana son violentamente reprimidos. El PRI gobernará otros treinta años más. En Checoslovaquia el “socialismo con rostro humano” es destruido militarmente y la doctrina Brezhnev se aplica a sangre y fuego. El PCUS gobernará otros veinte años más. Eley se concentra en Europa Occidental. Señala que mayo del 68 no logró que la universidad se democratizase ni se pusiese al servicio del cambio social. La guerra en Vietnam continuó y la democracia “autoritaria” francesa se reforzó.

Respecto del legado de divisiones, constatemos que la vieja izquierda socialista y comunista demostró que era incapaz de responder con simpatía y entusiasmo al radicalismo estudiantil. La clase obrera más conservadora y ligada a demandas materialistas, trabajo e ingresos justos, no sintonizó con estos jóvenes postmaterialistas. Eley describe maravillosamente el choque entre el padre obrero que ha salido de la lucha antifacista de la segunda Guerra Mundial y que le da todas las comodidades a su hijo universitario, quien no las valora e incluso las desprecia. Tal fractura entre la vieja izquierda y la nueva izquierda, entre obreros conservadores y jóvenes de capas medias y acomodados de la izquierda cultural, llevó al poder a sus archirivales: De Gaulle, Pompidou, d’ Éstaing, Chirac y Sarkozy vencen en Francia. Este último presenta su triunfo como el “anti mayo del 68”. Nixon resultó vencedor en 1968 y luego vendrían Reagan y los dos Bush con el auge de los neoconservadores. El laborismo inglés sucumbirá ante la Thatcher(3).

No puedo evitar comentar cómo en Chile, al igual que en la Europa de la posguerra y de los veinticinco años gloriosos de Estado social, se observa tal cúmulo de cambios sociales y culturales, que están marcando una división entre las nuevas y las viejas generaciones y capas sociales ascendentes y rezagadas. De cómo éstas se procesen dependerá el futuro de una nueva etapa en la democratización chilena. Me temo que no lo estamos haciendo bien.

La fractura con las capas medias y los partidos de centro

Una cuarta factura se puede observar si ampliamos nuestro foco de observación a fuerzas no marxistas. Aquí entra sobre todo el Partido Radical, la Democracia Cristiana y fuerzas socialdemócratas abiertamente anticomunistas. El Estado de Bienestar europeo se construye sobre la base del acuerdo o la competencia regulada entre socialdemocracia, radicalismo, democracia cristiana, liberalismo social y comunistas en los sindicatos.

¿Será necesario volver a escribir acerca de la tragedia para la democracia europea, latinoamericana y chilena; la separación entre clases medias y sectores populares, entre centro e izquierda? A juzgar por lo que está ocurriendo en Chile y en la Concertación, no es malo recordarlo. Chile ha sido un país con vocación de entendimiento y no de enfrentamiento, como lo señalara Raúl Silva Henríquez. Muchos autores señalan que hasta los años sesenta la democracia chilena no había transcurrido fácilmente, pero el régimen había funcionado y podía exhibir una línea gruesa y ascendente de progreso. Su evolución se caracterizaría por un proceso continuo de incorporación social. En cada etapa de ese proceso, determinados actores antes excluidos, se incorporaban al sistema político. Paralelamente, el régimen político permitió a las elites conservar importantes cuotas de poder. Al mismo tiempo, éstas tuvieron una capacidad de adaptación y de respuesta a los procesos sociales en curso, posibilitando que las demandas de los actores que se incorporaban fueran acogidas antes de que la presión adquiriera una intensidad peligrosa para la estabilidad del sistema político.

La forma que adoptó el desarrollo de nuestro sistema político ha sido denominada Estado de compromiso mesocrático. Esta modalidad se perfiló nítidamente desde 1938 en adelante, aunque contenía elementos generados en el período populista anterior (1927-1932). En su base se encontraba un modelo de desarrollo hacia adentro, cuyos motores eran la industrialización sustitutiva de importaciones; un marco institucional democrático y un subsistema de partidos políticos que había emergido fortalecido en 1932. Este Estado de compromiso, reflejó el acuerdo obtenido entre los representantes políticos de la oligarquía en retroceso, de las capas medias definitivamente implantadas en el aparato estatal y de emergentes sectores populares urbanos organizados. El contenido del acuerdo fue, fundamentalmente, el ejercicio compartido del poder político y, por ende, la aceptación de las reglas democráticas básicas. También suponía la implementación de un nuevo modelo de desarrollo, que requería poner énfasis en la industrialización del país. Para esto último se asociaron la tecnoburocracia estatal, representantes del sindicalismo urbano y los sectores mayoritarios del empresariado nacional. Mucho se criticó a los gobiernos radicales -“vergüenza nacional”- pero su legado a través de la CORFO y el “gobernar es educar” – dan cuenta de una poderosa y justa herencia.

Sin embargo, vastos sectores populares (“pobladores y marginales”) y el grueso del campesinado, no fueron actores del acuerdo ni se beneficiaron de su contenido. Ello, porque el Estado de compromiso también descansaba en mantener la situación de propiedad y relaciones sociales en el agro. Sumado a ello, el efecto de la Guerra Fría y la dictación de la ley Maldita, más un cierto agotamiento de la estrategia de desarrollo, el pacto político y social se empezó a resquebrajar. Los comunistas, primero son así expulsados del pacto social y político. Los socialistas desilusionados con la corrupción estatal, el giro autoritario de González Videla y la orientación liberalizadora y tecnocrática, llevaron a desechar el frente popular de base multiclasista, reemplazándolo por el Frente de Trabajadores. No puedo dejar de detenerme en este relato histórico y saltar al presente preguntándole al lector si no ve un paralelo entre el Frente Popular y su declive, con respecto a la crítica de hoy a la Concertación.

En el marco de la “Guerra Fría” y del quiebre del pacto entre izquierda y centro, capas medias y sectores populares, se desató una espiral de intransigencia. Eduardo Frei M. proclamó, en su campaña presidencial de 1964, que “ni por un millón de votos cambiaría una coma de mi programa”; Aniceto Rodríguez, secretario general del PS, señaló ese mismo año que “a la DC le negaremos la sal y el agua”; Luis Corvalán expresó en 1969 su oposición a un acuerdo de centro-izquierda diciendo “con la DC nada y con Tomic ni a misa”.En estas fracturas, entre radicales, comunistas, socialistas y demócratacristianos se separaron hasta el paroxismo de la Unidad Popular y el quiebre democrático.

Conclusión y razón de mi pesimismo

En 1973, la Democracia Cristiana se hizo una profunda autocrítica acerca del “camino propio” y su papel en la polarización política y caída de la democracia chilena. Los radicales rompieron con una política que se abría tanto a la derecha como a la izquierda y optaron por una coalición democratizadora. El Partido Socialista, claramente rompió el eje con el Partido Comunista chileno y desarrolló una política orientada hacia el gobierno en coalición con el centro. Todo ello se explica por la lectura negativa de la experiencia vivida bajo el gobierno de Allende y de su derrota; la dolorosa lección de violación de los derechos humanos bajo la dictadura, el viraje mundial del socialismo y el desplome del mundo comunista; la influencia política y económica decisiva de la Internacional Socialista y de los partidos socialistas europeos; la experiencia del autoritarismo que condujo a revalorizar la democracia; la vivencia del exilio tanto en Europa Occidental como Oriental; las exigencias moderadoras de la transición; y, el cambio acaecido en el centro político.

En este pacto se sustentan veinte años de crecimiento económico, paz social y estabilidad política. Si he hecho el recuento, es para que la marea de encuestas electorales y pactos parlamentarios no nos haga olvidar la línea larga de la historia. Para democratizar aún más Chile, necesitamos más concertación progresista y no menos. Se puede coincidir en el diagnóstico crítico y la problemática evidente de la Concertación, pero la terapia y “la solucionática”, me temo, puede terminar por matar al enfermo. El año pasado fueron las dos listas de concejales. Al final, la Concertación no sólo perdió consistencia política, bajó además su número de alcaldes y electoralmente sólo perjudicó a la Democracia Cristiana sin beneficiar a ningún partido de la coalición de gobierno. Hoy, en los hechos, diputados y senadores del PS, del PPD y del PRSD actúan como si hubiesen dos candidatos de la coalición de gobierno. ¿Se justiticará en este cuadro un sólo programa de gobierno y una sola lista parlamentaria? Por otro lado, cuando la Democracia Cristiana o el Partido Socialista, o cualquier partido de centro izquierda, se divide por querellas menores, no cumple sus compromisos y pasa a tener “mala palabra” y/o no desarrolla una política amplia de alianzas, no sólo experimenta largas y dolorosas convulsiones sino que, además, compromete las bases sociales y políticas de un acuerdo que le dé sustentación a la democracia y a la justicia social.

De continuar esta tendencia desinstitucionalizadora y divisoria no soy optimista con el futuro democratizador de Chile.

 (*)Sergio Micco Aguayo, abogado, cientista político y doctor en filosofía.

(1) Eley, Geoff; Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa entre 1850 y el 2000; Crítica; Barcelona; 2003.
(2)Informe Asuntos Públicos Nº 706.
(3)El filósofo Richard Rorty se queja amargamente de esta división que explota en la Convención Demócrata de Chicago de 1968. La izquierda política y sindical se separa de la izquierda cultural y académica. Los obreros no entienden a sus hijos universitarios cosmopolitas. Marx contra Freud. La explotación económica es reemplazada por la crítica al sadismo sexual y étnico. Al final, si bien en los Estados Unidos de hoy las discriminaciones son menos aceptadas socialmente en Estados Unidos, la inseguridad, precariedad y explotaciones socioeconómicas aumentan, mientras izquierdas y derechas debaten acerca de hostilidades étnicas, religiosas y costumbres sexuales. Rorty, Richard; Forjar nuestro país. El pensamiento de izquierdas en los Estados Unidos del siglo XX; Paidós, Barcelona; España; 1998; pp. 77 y 81.