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Escupir al cielo 

Por: Claudio Pérez, Director Ejecutivo Centro de Estudios del Desarrollo

Esta columna de opinión fue publicada el 21-09-2021 en el diario La Estrella de Chiloé 

La elección de constituyentes del mes de mayo reafirmó la profunda crisis de representatividad de los partidos tradicionales: los grandes ganadores fueron los independientes de la “Lista del Pueblo” e “Independientes no Neutrales”. Los primeros construyeron parte importante de su discurso en base a la crítica a los partidos; a ratos desde un purismo e hipermoralismo agobiante.

En los últimos días hemos conocido una serie de hechos que nos muestra cómo poco a poco ese hipermoralismo les jugó una mala pasada: la forma en que el candidato presidencial -que levantó  la LdP- reunió los patrocinios y la mentira sobre el padecimiento de una grave enfermedad de uno de sus convencionales (ahora de la lista Pueblo Constituyente). Hechos que son completamente repudiables no solo por defraudar a sus adherentes, sino también por atentar contra la fe pública.

La situación se agrava en el caso del constituyente Rodrigo Rojas Vade: la mesa directiva de la Convención, después de una tibia primera declaración, decidió enviar los antecedentes al Ministerio Público para su necesaria investigación; lo que debiera ser un estándar mínimo en este tipo de casos, considerando que entregó información falsa en su declaración de intereses y patrimonio. 

 Sin embargo, cabe destacar que este hecho gravísimo en ningún caso le resta credibilidad al trabajo de dos meses de la Convención Constitucional, ni mucho menos al histórico proceso constitucional de nuestro país.  

Frente a esto, vale la pena preguntarse si las candidaturas independientes son una respuesta suficiente a la crisis de los partidos. Como sabemos, los partidos son instituciones políticas que entre sus tareas principales tienen intermediar entre la sociedad y el Estado, priorizar demandas y gobernar.

Precisamente, el alejamiento de los partidos de la sociedad y de lo que un ferviente militante denomina sus “bases” ha producido una preocupante desconexión entre estos y la ciudadanía. Las candidaturas independientes y especialmente la LdP -que solo a un par de meses de su formación ya ha cambiado de nombre y disminuido sus integrantes- pretendió reemplazar a los partidos. 

Lo cierto es que más allá de las críticas al actuar de los partidos tradicionales -que en ningún caso son infundadas- los partidos políticos constituyen instituciones fundamentales de toda democracia, que deben -de forma urgente- adecuar su estructura y forma de relacionarse con la ciudadanía; incorporando mayores estándares de transparencia, probidad y participación en la toma de decisiones. Especialmente, deben explorar nuevas formas de deliberación que les permita interpretar e interactuar adecuadamente con una nueva sociedad; una muy distinta a la de hace 10 o 20 años atrás, y hacerse cargo de nuevos temas y agendas, como la transformación digital; nuevas formas de empleo; un justo reclamo de las mujeres por mayor participación política; una agenda ambiental para enfrentar las consecuencias del cambio climático; descentralización política, administrativa y fiscal y una nuevo modelo de desarrollo que nos permita una mayor equidad social y territorial.   

Atendida la complejidad del proceso político, diálogo, deliberación, priorización, propuestas, generación de acuerdos, gobierno, etc., el ejercicio de la política requiere de altos niveles de institucionalización que permitan estabilidad democrática y sustentabilidad de los procesos políticos. Lo anterior, sin duda, no se logra solo desde la independencia, ni mucho menos desde el hipermoralismo, que finalmente es tan negativo para la democracia como lo es el amoralismo. 

La Nueva Constitución -al abordar los partidos políticos- debe pasar de la desconfianza con que hoy se regulan, a valorarlos positivamente para la democracia. Los grandes acuerdos constitucionales que se plasmarán en un nuevo pacto social, requerirán de partidos políticos que gocen de una gran legitimidad democrática; por lo que la pregunta hoy no es si necesitamos a los partidos políticos, sino qué partidos políticos necesitamos para el fortalecimiento de nuestra democracia.