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La Teología de la Liberación fue una conquista enorme de la Iglesia y del cristianismo

El tiempo transcurrido y los cambios que ello ha traído consigo en los modelos sociales, económicos y culturales en nuestro subcontinente se constituyen en el motivo perfecto para revisar de manera reflexiva qué ha pasado con la “Teología de la Liberación: 40 años después”.

Éste fue precisamente el tema que se le propuso para que expusiera en el CED a Jorge Costadoat S.J, Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana y Director del Centro Teológico Manuel Larraín. Costadoat compartió su reflexión sobre lo que ha sucedido con esa Iglesia latinoamericana que, a su juicio, hizo un salto cualitativo, cumpliendo su mayoría de edad y viviendo en la práctica la experiencia de Dios a través de su opción por los pobres.

Jorge Costadoat inició su intervención, realizando primero una revisión histórica de los antecedentes mundiales que marcaron el inicio de este proceso de reforma y, por supuesto, de las condiciones particulares que se vivían en América Latina y que propiciaron que las resoluciones y el mensaje del Concilio Vaticano II -que significó que la Iglesia reconociera la acción de Dios en la historia, su propia historicidad, y su pertenencia a este mundo marcada por una actitud de empatía- fueran seguidas por la Iglesia latinoamericana. Dicho proceso se realizó de forma independiente de la Iglesia europea, atendiendo a los temas propios de América Latina y con autonomía. Suge así una Iglesia Continental que explicitó su opción preferencial por los pobres, dando origen a un sujeto eclesial colectivo con capacidad de pensar por sí mismo. Nace entonces una Iglesia adulta, requisito fundamental para el desarrollo de la Teología de la Liberación.

El sacerdote Costadoat, luego de recordar los hitos fundamentales y procesos de la Iglesia latinoamericana que culminaron con la Teología de la Liberación, aclaró también cuáles fueron los propósitos esenciales de ella: arraigarse profundamente en un movimiento eclesial, que tuviera vínculos reales con las comunidades de base; pasar de una reflexión mística a la praxis, a una Iglesia “con los pies en el barro”; y que optara preferentemente por los pobres.

Pero los cambios críticos no demoraron su llegada a América Latina. Ellos trajeron consigo el triunfó en neoliberalismo; la pérdida de algunos de los instrumentos y referentes para leer la realidad (con el fracaso de los socialismos reales). También se produjo un proceso de involución respecto al Concilio, por los temores que la apertura al mundo suscitó en muchos sectores eclesiales. Por último, muchas de las comunidades de base fueron reprimidas por los autoritarismos, lo que ayudó a la desaparición o debilitamiento de ellas. Esto último, fue también favorecido por la pérdida del énfasis en lo social del catolicismo, del respaldo eclesial a las comunidades cristianas de base y a su relegamiento a la espiritualidad.

Sin embargo, para Jorge Costadoat, ello no acaba con la Teología de la Liberación: pese a la crisis, quedan los pobres, el Evangelio y nuevos temas emergentes de los cuales ha que hacerse cargo y de los que se debe liberar a la humanidad (la concentración de las riquezas, de los medios de comunicación social, de la propiedad de la tierra, las drogas, la delincuencia, la opresión, la especulación, por nombrar algunos).

En definitiva, para Jorge Costadoat, la Teología de la Liberación ha sido una conquista enorme de la Iglesia latinoamericana y del cristianismo. Ella instaló en muchos la idea de que el mundo es diferente cuando se le mira desde el reverso de la historia, “con los ojos de los pobres”. Sólo así se entiende y vive el Evangelio. Por eso es tan importante realizar “40 años después” un balance maduro de este pensamiento latinoamericano.