Desayuno mes de abril de Diálogo Público Privado: El Canciller nos visitó e hizo un análisis de la Política exterior de Chile.
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“De la caída del muro de Berlín al derrumbe de Wall Street” II

Introducción

En Informe de Asuntos Públicos anterior(1) analicé las causas de la caída del Muro de Berlín. Partimos poniéndonos en las antípodas del razonamiento dado por Hernán Cheyre en su columna de El Mercurio del 8 de abril del presente año. Él presentó las causas económicas de la caída. Yo lo hice a la luz del pensamiento de un socialista como Norberto Bobbio y de un neoliberal como Friedrich von Hayek. Describimos las causas filosóficas e ideológicas de la debacle comunista occidental de 1989. Señalamos que, a juicio de estos autores y del propio Isaiah Berlin, las ideas importan y mucho en el curso de la historia. Sin embargo, si ellas no están encadenadas a procesos sociales, económicos y políticos, podrán quedar confinadas en las librerías. Por ello, nos comprometimos con los lectores de Asuntos Públicos a presentar el pensamiento y el contexto histórico de tres actores políticos de esta caída: Karol Wojtyla, Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. Hecho lo cual, haré algunas reflexiones acerca de si la sociedad de Wall Street resistirá a los embates de esas fuerzas que derribaron el muro de Berlín. Eso sí, y como este trabajo está deviniendo en una pequeña obra literaria, creo que pasaré a un informe posterior. La vuelta es larga y, como lo dijo Jack el Destripador, hay que ir por partes.

Nuevamente Gabriela Mistral

Estamos en la Europa del año 1927. Una joven mujer de inteligencia y personalidad poderosas, venida de un país cuyo nombre nadie recuerda muy bien, se enfrenta a un feroz crítico francés. La acusan de jacobina, de ser partidaria de Juan Jacobo Rousseau y de Karl Marx. Ella responde con energía y bajo el sugerente subtítulo de “Mi comunismo” que “he manifestado en diversas ocasiones mi antipatía por un sistema de gobierno que es, junto con el fascismo, una de las formas perfectas de la tiranía. Reconozco en gran medida los esfuerzos del gobierno soviético a favor de la educación. Repudio la destrucción de la familia y el aplastamiento del individuo al que han llegado. Y repudio su sistemática mutilación del cristianismo en un pueblo que era, como dice Rilke, un magnífico depósito de cristiandad, y que pudo haber fortalecido nuestras anemias de fe. Rechazo todo Estado que asumiendo una falsa majestad de Júpiter, veda el derecho a trascender la materia, a transfigurarla mediante la creencia, sea en ella en Buda o en Jesucristo. Tampoco apoyaría un Estado que se apoderara del dogma o del ateísmo”.(2)

Finalmente, se alzaba en contra de quienes la motejaban de comunista, pues entre otras materias defendía la enseñanza religiosa en los colegios. Tras participar con profesores comunistas en la lucha por la reforma educacional, ellos se volvieron en su contra en este punto. Gabriela señalaba que “exalté esa enseñanza expuesta a ataques y burlas crueles, experimentando así la alegría profunda de defender a Cristo”(3). Gabriela Mistral, mujer sorprendente, no se deja seducir por jacobinistas, viejos ni nuevos, ni antijacobinistas, reaccionarios o progresistas.

Vamos viendo, pues, que Gabriela Mistral ve en el régimen que caerá en la Europa central y oriental de 1989, una serie de factores negativos. Entre ellos, totalitarismo político – lo que ella llama tiranía -; error teológico y filosófico de atacar a la religión y negar la libertad. Agreguemos su rechazo del estatismo, que se transmutó tras Lenin en “economía centralmente planificada” y que negó los espacios, no sólo a la empresa sino que a la familia y al propio individuo. Gabriela Mistral se anticipa, como tantas otras veces, a aspectos centrales de la crítica ya no al “socialismo”, sino que a lo que Jaime Castillo Velasco llamó “sovietismo”.(4)

En las páginas siguientes quiero discurrir acerca de la crítica mistraliana al comunismo, que no era el suyo. Lejos de la América Latina y del tiempo de Gabriela Mistral, otro crítico del comunismo contemplaba su verdad aprendida en Cracovia, Lublin y Roma. Ya saben de quien estoy hablando.

Las razones del corazón: Una sociedad sin Dios termina por erigirse en una ciudad contra los hombres

Juan Pablo II escribe en 1991 Centessimis annus. En el capítulo tercero – titulado El año 1989 – aborda la tarea de explicarse la irrupción de la democracia y de los derechos humanos, que produce la caída de los regímenes opresores, entre los cuales cuenta a ciertos países en América Latina, Asia y África. Para Juan Pablo II el “El factor decisivo, que ha puesto en marcha los cambios es, sin duda alguna, la violación de los derechos de los trabajadores. No se puede olvidar que la crisis fundamental de los sistemas, que pretenden ser expresión del gobierno y, lo que es más, de la dictadura del proletariado, da comienzo con las grandes revueltas habidas en Polonia en nombre de la solidaridad (CA 23). Los socialismos reales no sólo no representaron los intereses del proletariado, sino que además se equivocaron en el método, pues la dictadura violenta, fue reemplazada mediante los métodos pacíficos de la verdad y la justicia

Karol Józef Wojtyła anota que “El segundo factor de crisis es, en verdad, la ineficiencia del sistema económico, lo cual no ha de considerarse como un problema técnico, sino más bien como consecuencia de la violación de los derechos humanos; a la iniciativa; a la propiedad y a la libertad en el sector de la economía”. (CA 24) Sin embargo, aquí el Papa salta inmediatamente a destacar la magnitud del error que no es técnico, sino que antropológico, pues el marxismo olvidó que el hombre y la mujer pertenecen a una cultura y a una nación. Al reducirlo a una clase social y su dimensión material, se olvidó que el hombre es por sobre todas las cosas un ser que piensa, siente y vive de una determinada manera su existencia al nacer, amar, trabajar y morir. El misterio más grande que es Dios, demostró ser inextirpable del corazón humano.

Observemos a Lech Walesa, bigotudo héroe de la jornada. Pues bien, él reclamó al Partido Comunista Soviético que en su patria la clase obrera que él decía servir era polaca, es decir, ferozmente antirrusa; católica y mariana, es decir, contraria a todo ateísmo y quería la libertad política ante el totalitarismo de partido único, la independencia de Polonia contra el sovietismo y la libertad de la sociedad civil, contra toda economía centralmente planificada. Desde el otro borde del Imperio Soviético, un bárbaro movimiento de barbudos hace llorar de vergüenza al ejército de la estrella roja. Sus consignas son igualmente culturales. Para ellos Ala – no Marx – es Ala – y Mahoma – no Brezhnev – es su profeta. Su amor por sus creencias los lleva a matar y morir hasta ver realizado, en todo oriente y medio oriente, el viejo sueño del imperio islámico que tantos desvelos causó a nuestro buen Samuel Huntington. En el siglo que nació proclamándose la muerte de Dios y de los nacionalismos a nombre de los internacionalismos nazis y comunista, todo terminó con un “revival” religioso y la ira de las naciones.(5)

Finalmente, Juan Pablo II sabe que en el corazón del hombre anida el mal y que el camino al cielo está pavimentado de buenas intenciones. Su devoción por la libertad humana, sus derechos inalienables, su autonomía e intimidad, nos invitan a no aplastarla jamás. Al suprimir violentamente el interés individual éste queda sustituido por un “oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad” (CA 25). Sin embargo, y porque también en la libertad del corazón hay trigo y cizaña que no se pueden separar, el Papa Magno señalaba que “La crisis del marxismo no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y de opresión existentes, de las que se alimentaba el marxismo mismo, instrumentalizándolas” (CA 26). Para los que buscaban y buscan caminos de liberación, el Papa polaco ofrecía la Doctrina Social de la Iglesia, que no tiene, por cierto, mucha simpatía por el capitalismo.

Ronald Reagan y su política de presionar al máximo en todo el campo de juego (“full-court press”)

Ronald Reagan, en su discurso de investidura en 1980, sostuvo que Estados Unidos era “una nación bajo Dios, y yo creo que Dios pretendía que fuésemos libres”. En su patria se había liberado “la energía y el genio individual de cada hombre en mayor medida que se había hecho jamás”. Por ello y para Reagan el declive político y económico, tan acentuado por la derrota en Vietnam, la stagflación y la crisis de los rehenes en Irán, se debía a que en la tierra de la libre empresa, tenían “un innecesario y excesivo crecimiento del Estado”. Por ello creía que “en esta crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema. El gobierno es el problema”. Finalmente, llamaba a sus compatriotas a darse cuenta de que somos “una nación demasiado grande para limitarnos a sueños pequeños”. No estando condenados a un declive inevitable, llamó a renovar “nuestra determinación, nuestro coraje, nuestra fuerza (…) nuestra fe y nuestra esperanza”.(6)

Una nación creyente, con un destino manifiesto, republicana y democrática y partidaria de la libre empresa parecía inevitablemente condenada a enfrentarse a otra que proclamaba el ateísmo oficial y había levantado un Estado totalitario. Por si fuera poco, ambas habían sido siempre expansionistas.(7) Si bien se aliaron para derrotar a Hitler, el hecho que salieran de tal conflicto como las dos potencias militares más fuertes, intensificó esta incompatibilidad ideológica y geopolítica. Con Gran Bretaña muy debilitada; Francia deshonrada y Alemania y Japón derrotados, Estados Unidos y la Unión Soviética se abocaron a llenar esos enormes vacíos de poder. Stalin veía en Europa Oriental; Turquía e Irán, zonas claves para su seguridad. Estados Unidos buscó esa zona de influencia en Europa Occidental y América Latina. Asia y África serían lugares de disputa.

Reagan desafió el poderío soviético presionando en toda la cancha. Su Iniciativa de Defensa Estratégica, la denegación de ayuda económica a la Unión Soviética y la disposición a enfrentarse a ella en el Tercer Mundo. Intervino sin piedad en América Central, particularmente en Nicaragua; apoyó en forma encubierta al movimiento sindical polaco; en Angola, contribuyó con las fuerzas armadas de UNITA; la CIA envió armas y más de 2.000 millones de dólares a los guerrilleros mujahiddin que luchaban contra el gobierno marxista de Afganistán. Ronald Reagan, el 16 de diciembre de 1988, no sin orgullo dijo que los cambios que se agolpaban en la Unión Soviética “eran en parte resultado de la firmeza de Estados Unidos, de su defensa fuerte, de sus sanas alianzas y de la disposición a usar las fuerzas cuando fuera necesario”.(8) Sin embargo, esta agresiva política económica, militar e ideológica no hubiese tenido los resultados que tuvo sino es por la debilidad interna de la Unión Soviética. Eso lo sabía bien Mijail Gorbachov.

Mijail Gorbachov: mucha glasnot (transparencia) y poca perestroika (reforma) exitosa

Mijail Gorbachov llegó al poder cuando la dirigencia comunista se hundía en la decrepitud. Él sabía bien que la guerra fría estaba costando demasiado cara a su país. Quizás, era de la opinión que Estados Unidos había exagerado la amenaza soviética desde los tiempos de Harry Truman en adelante y Stalin había cometido graves errores al magnificar su poder. El historiador Michael Parenti escribe que la Unión Soviética había perdido más “de 20 millones de ciudadanos en la segunda guerra mundial; 15 de sus grandes ciudades resultaron destruidas por completo o en gran parte; 6 millones de edificios fueron arrasados, lo cual dejó sin vivienda a 25 millones de personas. Unas 31.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vía férrea, 90.000 kilómetros de carreteras y miles de puentes, centrales eléctricas, pozos de petróleo, escuelas y bibliotecas fueron destruidos también; decenas de miles de granjas colectivas fueros saqueadas y millones de cabezas de ganado fueron sacrificadas”.(9) La Unión Soviética necesitaba tiempo para reconstruirse y ayuda económica norteamericana, país que controlaba el 65% del poder industrial del mundo tras 1945.

No sólo no logró ese respiro ni obtuvo esa ayuda, como sí la recibió Europa Occidental, sino que además se vio involucrada en una guerra que se extendía por todo el mundo. Sobre todo, tras el aplastamiento de la revuelta húngara, el apoyo a Cuba y el ingreso de sus tanques a la Checoslovaquia de 1968. Bajo “el período de Breznev, cuando el promedio de gastos de defensa en la Europa occidental y en Europa del Este era de entre el 2 y el 5 por 100, y el de Estados Unidos entre un 6 y un 7 por 100 del PNB, en la Unión Soviética subió de entre el 12 y el 14 por ciento en 1965 a entre el 15 y el 17 por 100 en 1985. (Algunas fuentes, que usan otras estimaciones del PNB soviético, sitúan el total incluso en un 25 por 100, lo cual representaba una carga enorme para el sector industrial”.(10) A este gasto en defensa, debemos sumar el coste de mantener sus Estados satélites y a sus gobiernos clientes en los países pobres del mundo. Estos costes subieron del 1 por ciento del PNB soviético, al 3 por 100 en 1980.(11)

El nuevo líder sabía que el imperio soviético estaba costando una barbaridad a la economía rusa, que demostraba enormes problemas. Baja productividad, ineficiente sistema agrícola, enorme despilfarro, errores de una anacrónica y centralizada planificación, escasez crónica, incapacidad de producir y absorber las innovaciones tecnológicas, en particular la tecnología informática. Problemas sociales como creciente alcoholismo, el absentismo laboral, las tasas de mortalidad infantil, baja moral de los obreros y cinismo entre los burócratas, aquejaban a toda la sociedad que estaba llamada a ver nacer el hombre nuevo. El incendio del reactor nuclear en Chernobil en 1986 y el terremoto de Armenia en 1988, sólo aumentaron los problemas económicos crónicos.

Gorbachov requería de tiempo por parte de Occidente y reducir esta sangría, para dedicarse a la perestroika y a la glasnot con las que pensaba recuperar a su patria. El comunismo ya no sólo no ganaría al capitalismo, sino que además debía evitar la continuación de la lucha de clases a nivel mundial pues ésta podía llevarlos a una conflagración nuclear total, que daría lugar a una destrucción mutua asegurada. Por ello, decidió reducir la ayuda en Nicaragua, Camboya (Kampuchea), Angola y Etiopía. Peor aún, ordenó retirarse de Afganistán. Tuvo la fortuna de ganarse la confianza de Margaret Thatcher, George Shultz y la simpatía de Nancy Reagan que presionaron al Presidente imperial para abrirse al diálogo. Éste además, estaba amenazado por el escándalo Irán- Contra y una opinión pública cansada de la Guerra fría.

Sin embargo, el prestigio internacional de Gorbachov fue acompañado del despeñadero interno. La perestroika no sólo no produjo ninguna mejora visible en la economía, sino que había contribuido a su empeoramiento. Debilitado el sistema centralizado de planificación, no contó con un sistema de mercado eficaz, ni empresariado ni nada. Inflación galopante, escasez y huelgas fueron los resultados. El nacionalismo en los países Bálticos y musulmanes comenzó a derruir el imperio soviético. Surgió una oposición pro occidental y otra ultra comunista. Los sucesos de Hungría, Polonia, Checoslovaquia y Alemania lo llevaron a aceptar lo inevitable. Impulsando su proyecto político con una nueva constitución y con elecciones más competitivas, Gorbachov se encontró con que el disidente comunista Boris Yeltsin, obtenía seis millones de votos en un distrito colindante a Moscú.

Todo esto era intensificado por la política de la glasnot o transparencia. La línea dura reclamó: “¿Por qué perdisteis la Europa del Este? ¿Por qué entregasteis Alemania?”, preguntaron. Uno de los oradores dijo que “si los capitalistas y el Papa nos alaban, eso quiere decir que nos hemos equivocado de dirección…”.(12) El 3 de febrero de 1990 centenares de miles de rusos se manifestaron en Moscú para exigir el fin de la dominación comunista. El ascenso de Boris Yelstin y el abortado golpe de Estado comunista sellaron la suerte de Gorbachov y de la perestroika.

Conclusión provisoria dos

Ronald Powaski, a quien hemos seguido en la descripción de las políticas de Reagan y Gorvachov, se pregunta si ¿pudo haberse evitado la guerra fría? Su respuesta es que “Está claro que no. La rivalidad entre las dos naciones era inevitable dado que sus respectivos destinos manifiestos las obligaban a difundir su influencia política, cultural y económica” La causa fue “el carácter incompatible de sus ideologías respectivas”.(13) Insistamos entonces que es grave error centrar todo el análisis de la caída del Muro de Berlín en causas económicas. Las ideas importan y mucho. La política también y qué decir de la geopolítica.

Por otra parte, debemos dejar en claro que lo ocurrido en 1989 fue una derrota de un sistema de economía centralmente planificada, totalitarismo político interno e imperialismo externo. Estos tres elementos resultaron ser insoportables para la creciente conciencia mundial a favor de los derechos humanos, incluida la libertad religiosa y los derechos políticos, la afirmación nacional de la autodeterminación de los pueblos y las exigencias de una economía cada vez más marcada por la innovación, el libre emprendimiento, la complejidad y el cambio.

Finalmente, la siempre imprevisible fortuna, las inercias burocráticas, la calidad del liderazgo político y la lucha militar no dejaron de jugar un papel relevante.

Sin embargo, ¿la derrota integral del comunismo soviético fue el triunfo del capitalismo norteamericano? George Bush padre entendió que sí, sobre todo cuando observaba que Rusia se inclinaba hacia la democracia liberal y la economía de mercado. Se creyó que tal avance continuaría en el resto del mundo. Cosa que hoy día podemos augurar con menor convicción cuando vemos los procesos en Irán, Irak, China y en la propia Rusia. El avance del fundamentalismo islámico, la reacción nacionalista contraria a la hegemonía occidental, la queja verde y el retorno de la lucha de clases a nivel mundial no han dejado de preocupar a pensadores como Samuel Huntington(14) y a sociólogos como Ulrich Beck.(15)

Por otro lado, Reagan estaba tan convencido de sus ideas neoliberales que creyó que era posible rebajar los impuestos y realizar el más grande incremento del gasto militar en la historia norteamericana en tiempos de paz. Un Congreso controlado por los demócratas aceptó hacerlo, sin rebajar el gasto interno. Así, la deuda nacional aumentó más del doble durante la presidencia de Reagan, de mil billones de dólares en 1980 a 2.500 billones en 1988. Luego saltó a cuatro mil billones. La decadencia de la infraestructura nacional y el recrudecimiento de la existencia de zonas urbanas deprimidas; el aumento de las desigualdades y de la delincuencia; más servicios públicos extensos pero deficientes en salud y educación son otras pesadas herencias.(16)

En Corea y Vietnam murieron decenas de miles de jóvenes norteamericanos. El prestigio de Estados Unidos como nación democrática decayó al apoyar dictaduras brutales, pero anticomunistas. Lo mermó, aún más, el librar guerras tan lejanas como injustas en Asia, América Latina y África. Conflictos armados que dividieron a la nación norteamericana como no ocurría desde la guerra civil. Clima bélico que llevó al debilitamiento de la democracia norteamericana, el descenso del poder del Congreso y el aumento de una “presidencia imperial”, que no dudó en abusar del poder, como ocurrió con el caso Watergate y la bochornosa renuncia de Richard Nixon. Por el contrario, Japón y Alemania, que no tenían que cargar el financiamiento de Fuerzas Armadas de envergadura, apoyados por Estados Unidos, vieron crecer su poder a costas de su protector.

Sí, el capitalismo y la democracia norteamericana derrotaron al comunismo y al totalitarismo soviético, a Dios gracias. Sin embargo, su victoria no fue gratis ni limpia. Por ello está actualmente comprometida. Ahora, finalmente y siguiendo el consejo del dermatólogo, podemos ir al grano y analizar si resistirá el capitalismo la caída del comunismo. Eso lo abordaremos en un próximo informe.

(*) Sergio Micco Aguayo., abogado, master en ciencia política y doctor en filosofía
1. Nos referimos a “De la caída del muro de Berlín al derrumbe de Wall Street” Informe 701. Este puede leerse en continuación a “Contra el pesimismo tranquilo de Antonio Cortés y el incorregible sentido común de Andrés Sanfuentes“, informe 681 y “El estado, el mercado y la comunidad tras 1989“, informe 684. Ver en asuntospublicos.org
2. Mistral, Gabriela; Recados para hoy y mañana; Editorial Sudamericana; Santiago de Chile; 1999; pp. 242
3. Ibídem.
4. Castillo Velasco, Jaime; El problema comunista; Icheh; Santiago de Chile; 2003
5. Pfaff, William, La ira de las naciones. La civilización y las furias de las naciones, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1994.
6. El discurso lo encontré en wikipedia. Es la verdad.
7. Powaski, Ronald; La guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991; Editorial Crítica; Barcelona; España; 2000; pp. 12
8. Ibídem; pp. 319
9. Ibídem, pp. 120
10. Ibídem, pp. 310
11. Ibídem, pp. 310
12. Ibídem, pp. 333
13. Ibídem, pp. 372
14. Huntington, Samuel P. El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial; Paidós; Barcelona; España; 1997.
15. Beck, Ulrich, ¿Qué es la globalización?; Falacias del globalismo, respuestas a la globalización; Paidós; Barcelona; España, 1998.
16. Powaski, Ronald; La guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991; Opcit, pp. 288