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Los desastres “no tan naturales” y nuestro territorio: Algunas reflexiones respecto a las implicancias del terremoto/tsunami

Si bien el vínculo entre sociedad y naturaleza es tan antiguo como la existencia del primer ser humano sobre el planeta, el estudio de sus relaciones y en particular del impacto de los fenómenos extremos sobre el territorio, es sin duda una preocupación aún con deudas y consecuencias muy significativas para la sociedad chilena. En Chile este tema es particularmente relevante; quizás como en pocas partes del mundo y de acuerdo a los resultados del último terremoto/tsunami, todavía con desafíos importantes para el desarrollo del país y el bienestar de las personas. La gestión de estos fenómenos es un desafío de Estado lo que debería estar claramente reflejado en todas las acciones necesarias de ser incorporadas en un proceso de sustentabilidad, que abarca desde la forma como se construyen las ciudades y se diseña la infraestructura, hasta la puesta en valor de la conservación del patrimonio natural y cultural y la disponibilidad de una “memoria histórica” que oriente el comportamiento humano.Chile es un país largo y angosto con elevaciones que varían entre el nivel del mar y las cumbres que exceden los 6.800 metros, en un ancho promedio de 180 kilómetros. Lo que distingue a Chile es su geografía, llamada “loca” por su diversidad y comportamiento, que está marcada por las características de los rasgos más importantes del planeta: la cordillera de Los Andes como cadena montañosa más larga de la Tierra, el Océano Pacífico como la mayor expansión de agua, el desierto de Atacama como el más extremo del mundo, y el desierto frío de la Antártica como el de mayor volumen de hielo. Estos elementos le confieren características especiales al país: el subsuelo emerge como un elemento de relevancia por sus volcanes y movimientos sísmicos, por el clima y el carácter de Chile marcados por las montañas y el océano, y por sus ecosistemas y especies que tienden a ser propias. Chile es el país de los “superlativos” desde el punto de vista natural; por ejemplo: el desierto más árido del planeta, la segunda selva lluviosa templada más extensa, la isla más aislada del mundo, la segunda reserva de agua dulce del mundo, el desierto frío más grande del planeta, el territorio más largo, y por supuesto uno de los más expuestos a fenómenos naturales extremos como la concentración de volcanes activos y la alta sismicidad, entre otras particularidades.

En este marco, este país bello y acogedor convive con una altísima concentración de fenómenos naturales cuyos comportamientos extremos se han traducido en una seguidilla de desastres denominados equivocadamente como “naturales”. Chile es país de sismos, de tsunamis, de erupciones volcánicas, de crecidas de ríos y de ausencia de lluvias, entre otros fenómenos de tipo natural. Esto es parte de nuestra identidad territorial, lo que nos enfila hacia el permanente ajuste y desajuste entre la ocupación y goce de este hermoso territorio con su comportamiento activo y aunque no se le puede predecir con exactitud, de alta recurrencia a lo largo de la historia del país. Más de 100 terremotos superiores a 7 grados son una prueba contundente de ello. También los más de 30 tsunamis que se han registrado en el país.

Chile es identificado con activos procesos naturales y con la juventud de sus paisajes y relieves, muchos de ellos aún en plena formación; evidencias concretas son las recientes y actuales manifestaciones sísmicas y las anteriores erupciones volcánicas y grandes deslizamientos de tierras ocurridas en la zona austral del país. Desde el punto de vista de la ocupación del territorio estos elementos son relevantes ya que condicionan su uso y generan una fuerte presión en el aseguramiento de la viabilidad y permanencia de las intervenciones en el tiempo. Ejemplos de ello, son los cientos de miles de viviendas destruidas y dañadas por terremotos, al igual que los cientos de puentes que han colapsado por inundaciones. La historia sísmica del país indica que no hay ciudad o pueblo que no presente daños o no haya sido destruido en alguna oportunidad por efectos de algún terremoto o de algún otro así llamado fenómeno natural. También es evidente la importancia que tienen en la seguridad de las personas, en sus viviendas, y en la infraestructura. Sin embargo, también acarrean consecuencias desde el punto de vista patrimonial como es la perdida de atributos naturales y culturales que son de importancia para los chilenos y en muchos casos son parte de la identidad nacional. Al respecto es significativo el daño sobre casonas y construcciones declaradas como patrimonio nacional, pero lo más importante es la perdida de modos de vida, de alto significado para las personas que habitan espacios declarados como de nivel local. En definitiva, estos fenómenos han afectado, están afectando y afectarán para bien o para mal (según como actuemos los chilenos) el proceso de desarrollo que no puede ser sustentable si no se ajusta y atiende la dinámica de su territorio.

Sabemos que este comportamiento de la naturaleza está presente; lo podemos leer en nuestro territorio. Sin embargo, aunque hemos sido testigos privilegiados de las consecuencias que pueden desencadenar, aún no somos capaces de predecir con exactitud su comportamiento. Lo que nos queda como tarea ineludible y que podemos manejar con relativa facilidad, es lograr que la ocupación del territorio sea diseñada de manera de asumir los comportamientos de la naturaleza con formas y medidas que nos permitan eliminar o al menos mitigar los daños previsibles dentro de niveles de aceptabilidad. Esta ha sido una lucha constante a lo largo de la historia de Chile, plena de desastres y posteriores reconstrucciones. En la práctica, todas las ciudades y pueblos han sido dañadas por terremotos y las que se localizan en la costa muestran recurrentes salidas de mar; algunas de las localidades afectadas por el tsunami 2010 ya habían sido testigos de eventos anteriores.

Un peligro o amenaza hace referencia a la ocurrencia potencial, en un intervalo de tiempo y un área geográfica específica, de un fenómeno natural, que pueda potencialmente tener un efecto negativo sobre vidas humanas, sus bienes y/o actividades, hasta el punto de causar una catástrofe. Este concepto se materializa cuando desde una amenaza (sismo, crecidas, erupciones, etc) se derivan daños, pérdidas de vidas humanas, desplazamientos o pérdida de hogares, destrucción y daños de infraestructuras y pertenencias, y pérdida y daños del patrimonio natural y cultural de su territorio. Chile posee múltiples y recurrentes amenazas naturales; que ellas se conviertan en desastres, al menos en una porción importante, se relaciona con las decisiones (o no decisiones) que toman los chilenos respecto a la ocupación del territorio. A lo largo de su historia Chile ha avanzado en procesos de desarrollo que han generado transformaciones políticas, culturales, científicas, tecnológicas, económicas, sociales y ambientales. Sin embargo, así como se han mejorado las condiciones de vida de los chilenos, al mismo tiempo se han incrementado los riesgos de que las amenazas naturales tengan ahora mayores consecuencias en un territorio más poblado y más utilizado.

La ocupación segura del territorio para las personas, bienes y actividades, es un desafío permanente e irrenunciable como país, lo que nos fue recordado brutalmente por los acontecimientos desencadenados desde fines de febrero, indicándonos nuevamente, como lo visto durante toda nuestra historia, que este no es cualquier territorio. El nuestro es uno que se encabrita, que se transforma, que cambia, que se mueve por medio de fuerzas que van más allá de nuestras posibilidades de influencia.

El conjunto de elementos anteriores ha implicado sustanciales cambios en la vida económica y cultural del país; las modificaciones generadas siglo tras siglo han dejado huellas profundas en Chile. Su análisis permitiría identificar y posteriormente implementar, una jerarquía coherente de definiciones para la ocupación del territorio, partiendo de la individualidad en una comunidad rural hasta la gestión de la comunidad nacional. La experiencia acumulada nos indica que toda catástrofe tiene tres etapas importantes: el antes, el durante y el después. El antes, que se vincula a la prevención de los efectos potenciales de las amenazas a través de mecanismos tales como una adecuada localización de pueblos y ciudades, tecnología y diseño de construcción, planes de evacuación, entre otros aspectos. El durante es la reacción frente a la ocurrencia cierta del fenómeno y allí es importante, aunque no de forma exclusiva, el comportamiento de los grupos y personas, la capacidad de respuesta y de comunicación, las formas de organización, y los procesos educativos desarrollados con estos fines. El después, se asocia a la evaluación de causas y estados de situación, a la reconstrucción y a las medidas para mejorar la eliminación o mitigación de daños. Lo importante en esta clasificación es que este es un proceso: lo que se hace antes influye en el durante, el después es ni más ni menos que el escenario que se está creando para enfrentar las próximas amenazas, constituyendo el antes del próximo episodio.

Chile está celebrando el segundo centenario de su independencia y en distintos ámbitos del quehacer nacional se le señala como el hito cronológico propicio para fortalecer ejes estratégicos en el desarrollo del país, incorporando políticas y metas que, fijadas previamente, guíen el consecuente bienestar de sus ciudadanos. El país debería ser definitivamente un laboratorio de aprendizaje para el manejo de desastres, con líderes mundiales en el conocimiento en estas materias. Deberíamos ser capaces de exportar tecnología y sistemas de comunicaciones ad hoc, construcciones antisísmicas, seguimiento de cambios territoriales, entre otras materias. No deberíamos sólo enfatizar la apuesta sobre la respuesta, por cierto que debe ser ágil y efectiva; los desastres requieren de atención permanente porque cada acción que realizamos amplifica o disminuye los riesgos potenciales y efectivos de afectar personas, bienes, infraestructura y servicios. Una cosa son los sismos y otra los terremotos, una cosa es la crecida y otra la inundación. Los sismos y las crecidas son fenómenos naturales que no necesariamente se transforman en desastres; para que se constituyan en terremotos e inundaciones se requiere la componente humana que resulta tanto o más importante que la naturaleza en la generación de los impactos. Un tsunami será más demoledor si existe población e infraestructura localizada en sitios que históricamente han sido afectados, y esto ya se conoce en el país. Los daños serán mayores si se han ocupado los cauces de los ríos con actividades humanas. Los terremotos serán mas agresivos si no se han respetado las normas de construcción antisísmica. Una cosa son los fenómenos naturales y otra cosa los desastres que ellos puedan generar en combinación con las decisiones o no decisiones humanas. Una manera de aminorar nuestras culpas es responsabilizar a la naturaleza por estos comportamientos tan “erráticos” como la causa de estos males.

La preparación del primer centenario también fue un hecho que preocupó al país y motivó una cuidadosa planificación previa, dando origen a múltiples iniciativas que, exitosamente ejecutadas, permitieron a las autoridades y a la ciudadanía de la época celebrar el acontecimiento con la satisfacción de haber dado un importante avance en el progreso de la nación. El inicio del tercer siglo nos recuerda la utilidad de consolidar una cultura sostenible de atención de desastres, que reconozca desde la base el comportamiento de nuestro territorio de los “superlativos”. Ello permitiría ampliar el conocimiento de la sociedad, y entregaría orientaciones y herramientas útiles para abordar los próximos desafíos del país en estas materias que, por lo demás, es una de las certezas que tenemos en la actualidad. No sabemos cuándo habrá un sismo de alta intensidad pero conocemos que su ocurrencia es parte de nuestra identidad; que se transforme en terremoto dependerá en gran medida de lo que seamos capaces y estemos dispuestos a impulsar para convertir los riesgos en oportunidades. Sin dudas que esto abarca más temas que sólo la ineludible y pronta reconstrucción de las pérdidas de este terremoto/tsunami; ni más ni menos: estamos construyendo el escenario donde se desenvolverá el próximo evento.

Guillermo Espinoza
Director Ejecutivo, Centro de Estudios del Desarrollo