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Jóvenes y viejos, independientes y militantes

¿Jóvenes o viejos? Pregunta que circula en la conformación de los equipos políticos de las campañas presidenciales. Debate apasionante, aunque antiguo como el hilo negro. No puedo evitarlo, pero partamos con Aristóteles. Este no lo dudaba. Había que entregar el gobierno a los viejos y los jóvenes a obedecer. La política es arte, es decir, una actividad que se aprende observando al viejo artesano, practicando sus usos y modos, ensayando, equivocándose y asimilando lentamente. La genialidad creativa es eso, genio y no normalidad. El que toma las grandes decisiones sociales, que sea el artista experimentado, el lleno de sentido común y conocimiento de la vida. Punto para los viejos.

¿Independientes o militantes? Militar es andar de a mil, mala cosa. Suena a militarismo, rebaño ovejuno, masa que sigue al caudillo. Peor aún, si leemos a los clásicos. Para ellos los partidos políticos los asociaban con facciones. Grupos ávidos de poder que luchan, por cualquier medio, en pos de prebendas o fines particulares. Los chilenos comparten esta opinión y son, sin saberlo, creyentes fervientes de los clásicos. Si es una sola la comunidad política y el consenso, armonía, no aceptemos entonces las facciones, los partidos, que son parte, no todo. Por otro lado, ser independiente, en estos tiempos de libre pensadores, es de buen tono. Punto para los independientes.

Eduardo Frei Ruiz – Tagle nombra a un joven independiente de un voluntariado católico y cristiano como coordinador de campaña. No faltan los desconfiados que ven en esto simple y vulgar operación publicitaria. Lo viejo y los partidos políticos “no venden”. ¿Quién querría asociarse a ellos y pretender ser popular y ganar una elección? Sebastián Piñera, se apresura y hace otro tanto.

De la defensa de los partidos políticos y de los viejos estandartes

Braceemos un poco más, internándonos en la alta mar de la política de poderosa envergadura. Eduardo Frei Ruiz-Tagle es militante de un partido político y joven no es. ¿Debilidad o fortaleza? Fortaleza pues. La política latinoamericana nos enseña que caudillismos del siglo XIX y populismo en el siglo XX son fracaso político garantizado y subdesarrollado afianzado. Los países no se edifican por pocos ni a corto plazo. Las políticas públicas requieren de décadas para fructificar y el apoyo de millones, particularmente de los líderes. Piénsese en salud y educación, nada más. O en Defensa y Relaciones Exteriores. ¿Pocos? ¿Corto plazo?

Adentrémonos aún más en las profundidades de las democracias pluralistas de hoy. Los programas de gobierno deben representar a agricultores, comerciantes, profesionales e industriales, campesinos, obreros y patrones, hombres y mujeres, gente del norte, centro y sur, viejos y jóvenes, liberales, comunitarios y conservadores, libremercadistas y estatistas. Así, y sólo así, se agregan intereses y se concilian valores e ideas. El pluralismo y el disenso democráticos son riqueza y fortaleza. Entonces los partidos políticos surgen justamente para unir a los conciudadanos en dos, tres, cinco grandes corrientes de opinión – ¡¡no más!!-; hacer posible mayorías que coordinen Ejecutivo y Legislativo; conciliar sociedad civil con sociedad política y darle profundidad geográfica y perspectiva histórico-estratégica a las políticas públicas. Muere Eduardo Frei Montalva, lo sucede Patricio Aylwin y su hijo en la tarea de continuar su obra desde el Ejecutivo. Lo mismo podemos decir de Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende, continuados por Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.

Por ello, debiera preocuparnos nuestro descuido respecto de los partidos. Reclamamos por nuestros derechos, pero no estamos dispuestos a cumplir con nuestros deberes. Pedimos a los partidos políticos transparencia en su toma de decisiones, pero nos molesta cuando los vemos públicamente divididos. Odiamos que ellos sean financiados por empresas privadas o mediante expolio estatal, pero no estamos dispuestos pagar cuotas ni menos contribuir a su financiamiento mediante nuestros impuestos. Pedimos a los políticos que se dediquen con devoción, sabiduría y conocimiento especializado a la actividad pública, pero nos molesta la profesionalización de la política. Reclamamos limitar las reelecciones, pero hay que andar buscando a lazo a ciudadanos destacados que estén dispuestos a sacrificar su vida familiar y laboral por participar en una campaña electoral. Nos molesta cuando vemos que todos los partidos son iguales, pero nos alarmamos cuando los vemos enfrentados. Añoramos la unidad nacional, pero valoramos nuestra diversidad; por lo que no es raro entonces que nuestros representantes populares se agrupen en tornos a ideas e intereses geográficos, de género, etáreos, sociales y étnicos diferentes.

De ahí la importancia de nuestros partidos políticos. Ellos movilizan el electorado, estructuran parte de la agenda pública, contribuyen a formar los gobiernos, socializan políticamente a los ciudadanos, articulan y agregan el sinfín de demandas sociales. Pero por sobre todas las cosas son ellos los que reclutan los candidatos a concejales, alcaldes, diputados, senadores, gobernadores, intendentes, ministros y presidentes de la república. Si esta función la hacen mal, todo el sistema político democrático se resiente. De hecho hoy día se empieza a hablar no de decadencia ni de declive de los partidos políticos, sino de su renacimiento y renovación.

Por ello, haríamos bien en preocuparnos sobre qué está ocurriendo en los partidos políticos chilenos. Pues buena parte de la crítica que la opinión pública hace a los partidos políticos, se basa en sólidos hechos. Pero si esa crítica queda ahí, lo único que estaremos haciendo es contribuir aún más al descrédito de la política y a alejar a kilómetros de distancias a quienes, impulsados por un sincero deseo de vocación pública, están evaluando ingresar activamente a ella.

De la defensa del cambio generacional

Los viejos: Nosotros hemos sido guerreros muy fuertes
Los jóvenes: Nosotros lo somos: si tenéis gana-miradnos a la cara
Los muchachos: Pero nosotros seremos muchos más fuertes todavía
Plutarco

Para Ortega y Gasset (1) la generación es el concepto más importante para entender la historia y su movimiento. En cada época hay contemporáneos que viven en un mismo tiempo y los coetáneos, que tienen una misma edad. Así son contemporáneos jóvenes, adultos y ancianos, pero no son coetáneos. Entre estos tiempos vitales distintos, en sus diferencias y semejanzas, surge un anacronismo esencial que hace que la historia se mueva, cambie, fluya. No es la lucha de clases ni la diferencia entre las razas lo que mueve el mundo. Es la coexistencia entre distintos estilos de vida, inquietudes y esperanzas la que hace que el mundo cambie, y cada sesenta años este cambio es general. Es cuando cambia el mundo y el poeta desconsolado grita ¡¡ Qué solos se quedan los muertos!!

Para Ortega y Gasset la vida se puede considerar dividida en períodos de unos quince años: niñez, juventud, iniciación, predominio, vejez. En la vida social hay varios estratos humanos o generaciones, coexistentes, en interacción, con funciones precisas e insustituibles. Los viejos, los mayores de sesenta años son los supervivientes y testigos de “otro tiempo”. Los que habitan una zona de edad entre los cuarenta y cinco y sesenta años son los que están en el poder y deben trabajar por realizar su concepción de mundo. Los que están entre los treinta y cuarenta y cinco años, ya han formado su concepción de vida familiar, laboral y política, buscando poder para realizar. Los jóvenes son quienes inician una nueva pretensión y anticipa la “salida” o desenlace de la situación actual.

Los cambios en la estructura del mundo se producen a partir de esta realidad elemental: toda vida humana está encajada entre otras vidas anteriores y otras posteriores. Como una torre humana, unos estamos parados sobre los hombros de los otros. El que está arriba cree que domina a los demás, pero debe advertir también que es su prisionero. Unos y otros se necesitan, sin embargo, unos y otros luchan por su lugar en el mundo.

Retorno a la campaña presidencial tras esta defensa de los partidos y del cambio generacional

Por ello, debemos alegrarnos que los jóvenes se suman a la campaña, pero los dirige un hombre de experiencia. En medio de la tormenta, se requiere un experto en alta mar y muchos, poderosos y juveniles espíritus. Los jóvenes, como lo descubrió Aristóteles viendo a su alumno Alejandro Magno, aportan audacia y entusiasmo. En ellos aún no ha cobrado su cuenta la dura rutina acumulada de una larga vida política, con sus sueños tantas veces derrotados y sus valores entumecidos. Algunos viejos, no todos ni la mayoría, arrastran almas encallecidas y sus ojos delatan tristeza o, peor aún, hipocresía y cinismo. Eso es lo que los jóvenes deben combatir y los viejos evitar, recibiendo entusiasmados la nueva progenie, incesantemente, generación a generación.

Pero, cuidado, los jóvenes deberán soportar los rigores de la cruenta lucha política y ser prudentes en sus decisiones. No esperen concesiones. No las pidan, que no se las darán. Deberán resistir o sino no serán dignos de la tarea encomendada. Es el riesgo que corre quien los designó.

“Océanos Azules”, equipo programático deliberativo y participativo de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se coordinan con los representantes programáticos partidarios. Los jóvenes quieren dirigir una nueva etapa de la historia democrática de Chile. Un hombre de experiencia les ofrece un puente que una, no separe, lo nuevo con lo viejo. De este modo lo nuevo usa los canales de lo tradicional para realizar el cambio y lo tradicional renace con lo nuevo. Los independientes se unen a los militantes. Así se construyen los países, que son comunidades políticas de todos. De los muertos, de los vivos y de los que están por nacer. ¿Aceite con vinagre? No. Pan y vino.

(*)Sergio Micco Aguayo, abogado, master en ciencia política y doctor en filosofía política.
(1)
Nos basamos en: Ortega y Gasset, En torno a Galileo; Revista de Occidente; Madrid; España; 1959