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“De la caída del muro de Berlín al derrumbe de Wall Street” III

Introducción

En Informes de Asuntos Públicos(1) anteriores analicé las causas de la caída del Muro de Berlín. Para refrescar (me) la memoria, recuerdo que presenté la visión de un socialista como Norberto Bobbio y de un neoliberal como Friedrich von Hayek. Tras ellos, quienes nos dieron una visión filosófica e ideológica de la caída acaecida el 9 de noviembre de 1989, pasamos a presentar a tres actores políticos de este histórico acontecimiento: Karol Wojtyla, Ronald Reagan y Mijail Gorbachov(2). En este último informé, imprudentemente, me comprometí a realizar una tercera reflexión acerca de si la sociedad de Wall Street resistirá a los embates de esas fuerzas que derribaron el muro de Berlín. Imprudente yo, pues esta tarea pueden abordarlas mentes como Karl Marx y Von Hayek. Sé el precio que pagaré por este escritillo. Simón Bolívar dijo que “El que almuerza con la soberbia cena con la vergüenza”(3). Para desarrollar tan presuntuosa tarea volveré a Von Hayek y Bobbio, sazonando el brebaje con dos politólogos de diversas escuelas y corrientes ideológicas: Giovanni Sartori y Robert Dahl. Terminaremos con unas breves conclusiones, en las que incluiremos la opinión de Karol Wojtyla acerca del triunfo del capitalismo en 1989.

I.- De vuelta a Von Hayek

Como vimos, F. V. Hayek ve en el mercado un “orden espontáneo”; es decir, la existencia de relaciones entre las partes, “ajustadas mutuamente”, que surge como resultado de acciones de individuos que no pretendían crear ese orden, que no desarrollaron una actividad sistemática orientada a crearlo, pero que sí lo hicieron. Así surge el mercado, como subsistema del sistema económico globalmente considerado. Aquí estaría la génesis de la economía de mercado. Lo demás, intentar planificar la economía y el futuro, sería fatal arrogancia.

Lo hasta aquí afirmado constituye la “verdad” liberal. Sin embargo, ella dista mucho de ser históricamente cierta. El “laissez faire” mercantil no corresponde en absoluto a un estado natural y espontáneo, anterior a toda voluntad normativa”(4), ello porque: a) Es el resultado de un proceso global que compromete la participación del conjunto de las esferas de la sociedad, entre ellas la esfera del Estado; y b) Es el resultado de un proceso político intencional.

En efecto, para funcionar, el mercado exige un estatuto enteramente particular de la ciudadanía: la atomización de la vida social, el carácter impersonal de las relaciones interindividuales, la movilidad… con el fin de que la integración de los hombres pueda ser asegurada con el solo movimiento de las cantidades y los precios(5). El mercado exige el intervencionismo constante, el establecimiento de medios de control, regulaciones claras, etc. Por ejemplo, la relación salarial no se estableció sin coerción, sin una reglamentación económica estatal que estableciera la duración del trabajo, el nivel salarial, las sanciones a las violaciones de estas reglas, etc. Lo mismo podemos decir de los tipos de cambio y de las tasas de interés máximas convencionales, etc.

En segundo lugar, en numerosos casos históricos -los chilenos, bien lo sabemos- ha sido necesaria la existencia de regímenes de fuerza para crear la libertad de intercambiar y producir. La descentralización en las decisiones y la ausencia de obstáculos para las resoluciones individuales suponen paradojalmente de un centro, de un poder, de una coerción. Este centro puede actuar democráticamente; pero lo puede hacer también en forma coercitiva y violenta. El capitalismo surgió como proyecto político y como resultado de un enorme intervencionismo estatal. K. Polanyi nos dice que: “la historia económica nos revela que los mercados nacionales no han aparecido en absoluto por el hecho de que la esfera económica se emancipara progresiva y espontáneamente del control gubernamental. Por el contrario: el mercado fue la consecuencia de una intervención consciente y a menudo violenta del Estado, que impuso la organización del mercado a la sociedad en vista de fines no económicos”(6).

En consecuencia, se equivoca F. V. Hayek al señalar que el mercado es un orden espontáneo (cosmos) y no un orden artificial (taxis). Ello, porque el mercado, ¡cuánto más una economía de mercado!, supone reglas, estatutos y controles. Además, porque mercado y capitalismo son fruto de la decisión política de los hombres. Y si eso es así, el capitalismo es hijo del tiempo y puede morir o resurgir tras el desplome de Wall Street.

2.- Norberto Bobbio y la dificultad de conciliar liberalismo económico y democracia política

Norberto Bobbio -socialista liberal- ha escrito sabe que el liberalismo afirma la democracia y esta garantiza su respeto(7). Sin embargo, el liberalismo no se lleva también con la democracia. Tocqueville considera, en su primer volumen de la Democracia en América, publicado en 1835, la democracia y el liberalismo como adversarios. Tocqueville, teniendo presente en su mente francesa el ideal de Rousseau, identifica estrechamente democracia e igualdad, por lo que subraya las implicancias antiliberales de la primera. En 1840, su contrariedad hacia la democracia aumenta aún más. Ello ocurre por la perspectiva amenazadora de la “democracia francesa”, muy cercana a los principios socialistas e igualitarios de Saint-Simon y Fourier. Sólo en 1848, ante el evidente temor del triunfo revolucionario del enemigo acérrimo del liberalismo: el socialismo, Tocqueville busca el reencuentro con su adversario menor: el ideal democrático. Cuando asistía a la Asamblea Constituyente afirmó: “la democracia quiere la igualdad en la libertad, y el socialismo quiere la igualdad en la pobreza y en la esclavitud”. Así, el sentido clásico o pre-liberal de la democracia fue abandonado y surgió uno nuevo y moderno: la democracia liberal. La igualdad enemiga de la libertad era lo propio del socialismo, mientras que la igualdad en armonía con la libertad se hallaba en la democracia que aceptaba el liberalismo(8).

El capitalismo más ortodoxo es partidario que el Estado gobierne lo menos posible o, como se dice hoy, del Estado mínimo. Esta idea se opone tenazmente al principio del Estado- benefactor. Éste, busca hacer realidad la justicia distributiva y el proyecto igualitario, como lo denomina Sartori. El Estado de bienestar moderno surge estrechamente relacionado con el desarrollo de la democracia. En ella, la gente puede reunirse, organizarse, para dejar oír su voz y elegir sus representantes. “Cuando los titulares de los derechos políticos eran sólo los propietarios, resultaba natural que la mayor solicitud dirigida al poder político fuese la de proteger la libertad de la propiedad y de los contratos. Desde el momento en que los derechos políticos se extendieron a los desheredados de la fortuna y a los analfabetos, resultaba completamente natural que a los gobernantes -que sobre todo, se proclamaban, y en cierto sentido lo eran, representantes del pueblo- se les pidiera trabajo, medidas para aquéllos que no pueden trabajar, escuela gratuitas y sucesivamente, ¿por qué no?, casas baratas, asistencia médica, etc”(9).

Aún más, la relación democracia liberal-economía de mercado es tensionada desde su otro polo, desde su término económico. En efecto, la economía de mercado se basa en lo que Macpherson denomina “individualismo posesivo”. Éste se sustenta en la propiedad privada, está obsesionado por la propiedad y orientado hacia el capitalismo, engendrando una “sociedad de mercado posesivo, la cual constituye un conjunto de relaciones entre los hombres competitivas y agresivas”(10). Estas relaciones generan una espiral de concentración de la riqueza a favor de los más poderosos. Es el “capitalismo salvaje” en la expresión maritainiana. Este fenómeno no es algo exclusivo de un pasado anterior a las políticas keynesianas y al Estado benefactor. Políticas que, ciertamente, paliaron los más extremos efectos de dicho capitalismo. Tampoco es una realidad privativa de las economías de mercado instaurados en países subdesarrollados. Esta es una realidad existente en los países ricos de Europa Occidental o de Norteamérica.

Estas lamentables desigualdades económicas y sociales, consecuencia de la competencia exacerbada y de mecanismos de mercado sin control alguno, arrojan una inquietante perspectiva para la democracia. En efecto, como lo ha señalado Robert Dahl “un antiguo y bien establecido principio de la vida política es aquél de que los recursos económicos se encuentran distribuidos en forma desigual, los recursos políticos entonces se encontrarán, en la misma medida, distribuidos desigualmente. Puesto que la Democracia presupone, al menos idealmente, que los ciudadanos posean medios similares entre sí para participar en la vida política de manera que puedan actuar en ella como ciudadanos iguales, la distribución desigual de los recursos políticos es evidentemente desventajosa para la democracia”(11).

3.- Las dificultades históricas de conciliar capitalismo con democracia

La tarea de conciliar la democracia liberal con el capitalismo, quizás sea la principal tarea política que Occidente ha abordado en este siglo. Guste o no, ambos términos han entrado en violenta contradicción. En efecto, tras la crisis de los años treinta surge el Estado de bienestar y las políticas keynesianas para solucionar esta contradicción. Ellos representan el “intento de salvar el capitalismo sin salir de la democracia, contra las dos opuestas soluciones de derribar el capitalismo sacrificando la democracia (práctica leninista) y de abatir la democracia por salvar el capitalismo (el fascismo)”(12). Sorprende la alegría neoliberal, en orden a celebrar la caída del Estado de bienestar y aplaudir la primacía de una economía de mercado “pura” sin odiosas interferencias. Ello porque la dicotomía puede volver a surgir violentamente y, quizás, terminemos arriesgando lo que los neoliberales dicen adorar: la economía de mercado y la democracia liberal. Lejos de avanzar, hemos retrocedido y se requerirán nuevas y viejas soluciones para alcanzar el equilibrio necesario entre economía de mercado y democracia liberal, o bien, para derechamente superarlo.

Ciertamente, a lo dicho hasta ahora se le podrán hacer múltiples objeciones. La más evidente es que, a pesar de lo informado, en los hechos, la democracia liberal y la economía de mercado coexisten. El propio Dahl reconoce que todos los países democráticos tienen economías de mercado, aún cuando los hay, también, que las tienen sin serlo. Por otra parte, no hay ningún país democrático que cuente con una economía centralmente planificada. ¿Cómo explicarlo?

Robert Dahl sugiere la respuesta en torno a los factores constitutivos de la economía de mercado. En la medida que ella supone la propiedad privada y la sujeción al mercado, “las empresas económicas gozan de un importante grado de autonomía o independencia entre sí y en relación con el Estado. Si la principal alternativa al capitalismo es un control altamente centralizado sobre la economía, virtualmente todos los recursos económicos del país pueden ser eficazmente utilizados por las elites políticas para propósitos políticos, incluyendo, entre éstos, el debilitamiento o destrucción de movimientos de oposición. En cambio, en aquellas economías donde la mayoría de las decisiones las toman organizaciones económicas relativamente autónomas, a las elites políticas les resulta mucho más difícil la manipulación de los recursos económicos para sus fines políticos”(13). De esta forma, el capitalismo ofrece a la democracia, en el plano económico, uno de sus supuestos fundamentales: la existencia de una multiplicidad de subsistemas sociales autónomos.

Desde esta perspectiva, si nos preguntamos si es necesaria una economía capitalista para la democracia, respondemos con Dahl que no. Una economía capitalista no es necesaria. Lo que parece requerir la democracia es una pluralidad de organizaciones autónomas, que no sean controladas por el Estado (partidos políticos, sindicatos, empresas comerciales, organizaciones culturales, confesiones religiosas, una prensa libre, etc.). Si se diera el caso de un sistema económico compuesto por un alto número de organizaciones autónomas, entonces puede darse el caso de una economía no capitalista que existiera dentro de un sistema democrático (dicho sistema debería además, según Dahl, contar con un conjunto de creencias congruentes con el ideal democrático y con un liderazgo claro y competente).

En consecuencia, la convergencia histórica entre economía de mercado y democracia liberal no es necesaria ni perpetua. Es, además, una convergencia no desprovista de complejidades y contradicciones, como lo hemos señalado.

IV.- Conclusiones

Queda así claro:

a) Que el liberalismo económico, en cuanto rechaza la intervención del Estado, no se condice con el surgimiento histórico de la economía de mercado, que supuso una fuerte intervención gubernamental y política, ni tampoco con la evidente realidad que el mercado es un subsistema económico que requiere una cierta regulación estatal, más allá de lo que afirman y defienden los propios liberales.

b) Que el liberalismo político, en cuanto promueve un Estado mínimo y la libertad por sobre la igualdad -como lo ha afirmado Kelsen, entre otros-, entra en contradicción con la fuerza igualitaria del ideal democrático, que se concreta históricamente en el sufragio universal y en el Estado de bienestar.

c) Que, por lo tanto, liberalismo, economía de mercado y democracia no es históricamente tal. Por lo mismo, así como en el pasado hubo conflictos entre estos términos, nada explica por qué ellos no podrían volver a surgir como conflictos globales, haciendo así continuar el movimiento de la historia. Es más, el proyecto moderno resalta la necesidad de extender los derechos a todas las áreas de la sociedad, particularmente la económica.

Tras la caída de los socialismos reales y al celebrarse cien años de Rerum Novarum, Juan Pablo II ha insistido en los aspectos centrales de su crítica a ciertas concepciones del liberalismo que se expresan en el capitalismo salvaje.

En la Centesimus Annus ha señalado que es compleja la respuesta a la pregunta si con el fracaso del comunismo debemos dar por vencedor al capitalismo. Ello, pues “si por “capitalismo” se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es positiva, aunque quizás sea más apropiado hablar de “economía de empresa”, “economía de mercado” o simplemente “economía libre”. Pero si por “capitalismo” se entiende un sistema en el cual la libertad en el ámbito económico, no está encuadrada, de forma estable, en un contexto político que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa” (CA, 42)

En particular, preocupa que la inmensa mayoría de los hombres no puedan entrar a esta economía de empresa, por carecer de los medios y conocimientos para ello. Muchas veces lo que rige es una lucha diaria por la sobrevivencia, en la que el capitalismo primitivo revive en situaciones que nada tienen que envidiar a las etapas más oscuras de la industrialización inicial y que recuerdan la semiesclavitud. A la carencia de bienes, se ha sumado la del saber y del conocimiento, lo que hace vivir a millones en humillante dependencia. Unos viven sin lo básico, otros viven los excesos y vicios del sobreconsumo.

La deuda externa, el daño ecológico, el consumismo, la destrucción de la ecología humana y el hecho que hayan bienes colectivos y necesidades cualitativas imposibles de ser satisfechas por el mercado, que no se pueden ni se deben vender ni comprar, hacen del Estado un instrumento indispensable para el bien común.

En suma, “Queda mostrado cuan inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica”. (CA, 35)

(*) Sergio Micco Aguayo, abogado, master en ciencia política y doctor en filosofía
(1) Nos referimos a “De la caída del muro de Berlín al derrumbe de Wall Street” Informe 701. Éste puede leerse en continuación a Contra el pesimismo tranquilo de Antonio Cortés y el Incorregible sentido común de Andrés Sanfuentes, Informe 681 y El estado, el mercado y la comunidad tras 1989, Informe 684.
(2) Informe de Asuntos Públicos Nº 703
(3) Así se lo atribuye García Márquez: García Márquez, Gabriel; El general en su laberinto; Ramdom Mondadori House; Santiago de Chile; 2007; pp. 206
(4) Frydman, Roger. “Las Relaciones entre una Economía de Mercado y Democracia Política: Un Esbozo”. Revista Opciones. Número Especial. Agosto de 1984; pp.39
(5) Ibídem, pp. 40
(6) Ibídem, pp. 40-41
(7) Bobbio, Norberto, El Futuro de la Democracia. Fondo de Cultura Económica, México, 1987; pp 23
(8) Sartori, Giovanni, Teoría de la Democracia, Tomo 2. “Los Problemas Clásicos”. Alianza Universidad, Madrid, 1988; pp.452-453.
(9) Ibídem; pp. 157.
(10) Sartori, Giovanni; Teoría de la democracia;Tomo 2; Opcit; pp. 458.
(11) Dahl, Robert, “Capitalismo, Socialismo y Democracia”. Revista Opciones N°8, enero-abril, 1986; pp. 13. Ver su último libro: Dalh, Robert; La igualdad política; Fondo de Cultura Económica; Buenos Aires; Argentina; 2008
(12) Bobbio, Norberto, El Futuro de la Democracia, Opcit; pp. 159.
(13) Ibídem; pp. 14.